miércoles, 6 de abril de 2016

No te acabes, poder.


La sensación es tan inmensa que siento que puedo comer el mundo de un bocado , sin desgajarlo, sin desmenuzarlo. Es más el placer que me brinda el sólo hecho de poseerlo que el mismo proceso de disfrutarlo, es placer por placer, no se desprende de un hecho particular, es puro y por eso se siente perfecto en mi cuerpo, en mis manos, en mis pensamientos e ideas. Es tan fácil tener el control de lo que deseo y tan difícil contenerme a mí mismo; sin embargo, no importa si la presa se desborda, al final de cuentas se desborda en mí... ¡Qué bien se siente esto!, es magnífico, gigantesco, que no cabe en mí. Ahora entiendo a los dictadores, a los justos, a los injustos, pues una vez que conoces el poder y lo tienes en tus manos, te negarás rotundamente a soltarlo, es una fuerza imparable por medios externos, una llama eterna, combustible infinito, ¡no te acabes, poder, no te acabes! Antes de ti yo era otro, pero después de ti no seré nada. ¿Perdí la humanidad? Yo creo que me volví más humano y más animal, ¡qué extraño es esto!, que amo y a veces la gente fuera de mi círculo me es indiferente, como si fuera un maremoto, sin consciencia, sin culpa, sin remordimiento. ¡No te acabes, poder, no te acabes!, pero no me tragues, no me engullas, no hagas de mí una porción tuya, que parece que tienes vida propia. ¡No me tragues poder, no me tragues!

Psicólogo Alejandro Monreal
Grupo Miranda Psicología Especializada

martes, 5 de abril de 2016

Rascar donde no pica

Rascar donde no pica

Hace algunos años, en un programa de televisión apareció un experto en química y bioquímica. El científico invitó a todos los espectadores a "rascar donde no picaba", mostrando así a su público como ahora sienten ganas de seguir rascando cuando en un principio no existía ni la necesidad de hacerlo. Con este ejemplo, el divulgador científico Pere Estupinyà explicó cómo funciona la curiosidad en relación a la ciencia, pues uno puede empezar a leer algún artículo científico sin necesidad alguna y esto podrá ir generando dudas y ganas de ir conociendo más acerca de las maravillas mundiales, incluso del universo.

La frase del título me fascina, pues si bien es un excelente ejemplo para la curiosidad científica, creo que es transferible a muchos otros aspectos de nuestras vidas, en especial a nosotros mismos. La mayoría de las personas vivimos años teniendo una idea sobre nosotros mismos, asignándonos algunos adjetivos para poder explicar nuestra forma de ser, creando un auto concepto, sin darnos cuenta que no siempre este definición es tan precisa o que nos hace falta conocer un poco más sobre nuestro ser.

"Rascar donde no pica" fue la expresión perfecta que encontré para definir mi proceso terapéutico, pues la primera sesión a la que asistí fue sin saber qué es lo que buscaba y cuál era el motivo específico por el que estaba ahí. Conforme pasaban las sesiones sentía  ganas de conocer más sobre mí, de darme cuenta de cómo es que reaccionaba seguido de la misma forma ante diferentes situaciones, lo que generó que la impresión que tenía sobre la terapia psicológica fuera cambiando.

Recientemente me di cuenta de que no fui la única que pasé por este cambio de idea durante el proceso, pues en una plática con un amigo me confesó que durante muchos años tenía la creencia de que "la psicología era una tontería" y se resistía a asistir a consulta a pesar de que se lo hayan sugerido diferentes personas en diferentes momentos. Intentar salvar la relación con su esposa, fue lo que lo llevó a asistir a terapia sin estar completamente convencido.

Semanas después de haber iniciado el proceso me asegura que es una de las mejores decisiones que ha tomado, no sólo en relación a su vida de pareja, sino que en muchos otros aspectos de su vida. Incluso haciendo una comparación, se da cuenta de que las primeras semanas solía quejarse del gasto implicado para acudir a las sesiones, y cómo ahora, organizándose e incluyendo el costo en el presupuesto mensual, éste ya no lo ve como un despilfarro, sino como una inversión, la cual genera un mayor beneficio tanto a él como a su familia.

Así fue como concluimos que el trabajo personal y el "gasto" económico pueden ser complicados al inicio, sin embargo al generar cambios y así crear resultados, caemos en cuenta que estos esfuerzos valen la pena, y que es más sencillo cuando se empieza a rascar cuando aún no pica.


Fernanda Rivera Floriuk

viernes, 1 de abril de 2016


La guitarra y yo

“La función del arte en la sociedad es edificar, reconstruirnos cuando estamos en peligro de derrumbe”  Sigmund Freud

De niño cuando asistía a cuarto de primaria fue mi primer acercamiento con las artes, fue un curso de guitarra que tomaba por las tardes. Ahí pude aprender el nombre de las notas, aunque no a identificarlas con mi oído, es por eso que hasta el día de hoy  no puedo afinar el instrumento. Para ser honesto esta idea de tocar no fue mía, sino, por dos cosas: una, por recomendación de mi madre, que depositaba en mi sus deseos de que alguien fuera músico en la familia, ella amante de los boleros y dos: porque me obligaban. Mis clases solo duraron poco más de dos meses, después de berrinches y reclamos ante mi mamá por la sensación de usar mi tiempo libre para aprender algo que no me gustaba.

En secundaria  me reencontré con el instrumento de cuerdas, pero en esta ocasión era una materia obligatoria. De hecho me dieron elegir entre: baile moderno, el cual descarte inmediatamente por mis deficientes habilidades en esta área, baile folclórico, descartado por la misma razón  y por el hecho de la vergüenza que me vieran vestido de trajes florales zapateando por una tarima de madera. Solo quedaban artes plásticas y música: donde rondalla era la actividad principal. Otra vez mi madre haciendo uso de su poder de persuasión me obligó, digo me sugirió, asistir a las clases de guitarra.

Tres años, dos veces por semana, una hora después de clases, y  algunos fines de semana, sobre todo cuando se acercaban los festivales de la madre y navidad. Esa era mi relación amarga con el arte, donde no encontré el amor que veía en algunos de mis compañeros, que impacientes esperaban poder estar en frente de la rondalla y  lucirse con sus familiares. Mi aspiración iba arrojada hacia que no me tomaran mucho en cuenta. Colocarme en la parte de atrás y hacer como que tocaba.

Hoy me fascina escuchar música, sentirla. Intento bailar, a pesar de mis torpes pies. Incluso años después con ayuda de algunos tutoriales de you tube, retomé la guitarra, esta vez como reto personal y gracias a esto, encontré algo.  Al fin comprendí  la función del arte, la cual es: que cuando no hay palabras, o  nadie que  funja como espejo. La expresión artística se vuelve el medio que nos acerca a nosotros mismos. La música, la pintura, el baile, la escritura o cualquier arte que se nos ocurra, son un camino para mostrarnos como realmente somos, sin límites, sin fronteras. La creatividad al uso de la sociedad y de nosotros.

 El arte y la psicología pueden ser una mancuerna excelente, para poder acceder al autoconocimiento. El cual nos dará las herramientas en los momentos que sintamos que nos derrumbamos ante una realidad, qua veces luce abrumadora.   
Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos

viernes, 18 de marzo de 2016


El día que fui un ave 

Todos me miraban, callados, expectantes, decenas de ojos se clavaban en mis movimientos. Ahí en ese instante, intentaba recitar la maldita poesía cuyo autor no recuerdo. Solo articule un sonido semejante al gaznar de un ganso. Recuerdo que todos aplaudieron como quien regala piedad, por algo que les incomoda, como cuando damos limosna. Traté de recomenzar con la declamación, ahora no salió ni pio. Tenía unos 10 años y esa fue la vez que en el festival del día de las madres, me transforme en el hombre-ave, es decir tuve un ataque de pánico.

 Ese suceso me marcó, al grado que cuando traigo las imágenes del pasado mi estómago se retuerce.  Hoy puedo decir que en los momentos que me ha tocado  pararme de vuelta en un escenario rodeado de público, ya no hecho ruidos de ningún plumífero.  Para lograr esto tuve que superar aquella ocasión, y la verdad fue un proceso difícil. Lleno de miedos.

Inmediatamente después de los sucedido, cada que era mi turno para exponer o pasar al frente de la clase. Mis manos sudaban frio, mi corazón desesperado quería salir por mi pecho y mi labio inferior se movía frenéticamente de arriba abajo. Todo esto me hacía sentir como  los boxeadores cuando se postran enfrente de sus rivales, que los superan en peso y alcance.  Igual que ellos a pesar del terror,  tenía que arrojarme a tirar puñetazos sino sabía que el miedo ganaría por knockout. A veces esto sucedía.

En preparatoria me encantaba impartir clase, sentir las miradas. Ser el centro de atención a beneficio del aprendizaje. Ya no me salían sonidos de ave, ya no me sudaban las manos, mi corazón aunque agitado, podía cabalgarlo. ¿Miedo?  Aun lo tenía, de hecho aún lo tengo, pero ahora lo puedo identificar y controlar. Además aprendí que gracias a esta emoción, pude darme cuenta de mis virtudes, de mis defectos. Incluso  comprendí que si existe temor, a la par hay un deseo que te motiva para superar este y ese deseo, es el que te motiva para crecer.

¿Cuántas veces dejamos de hacer cosas que nos gustan, por miedo? como: ¿Declararnos  a la chica que nos gusta? ¿Hacer el viaje que queríamos? ¿Cambiar de empleo? ¿Estudiar? ¿Bailar? ¿Conocer gente? ¿Vivir?

Hay que entender que el miedo es natural, necesario.  Ayuda a reflexionar, a detenernos y ver el panorama más amplio. Decía Franz Kafka: “Mi miedo es mi esencia y probablemente la mejor parte de mi”. El escritor lo entendió así y nos regaló clásicos de la literatura. Como quien dice  sacó provecho a sus defectos, de su debilidad. Por último los invito a aprender de nuestros temores, para no dejar que estos sean los únicos que dictaminen nuestro camino.



Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos

jueves, 17 de marzo de 2016

Romper el cascarón

Seguramente, al leer el título de esta entrada, unos cuantos hayan recordado aquella exquisités de la literatura universal escrita por el maestro Hermann Hesse, me refiero a "Demian", una obra hermosa en el amplio sentido de la palabra, un regalo para los sentidos y para el alma. 

Debo confesar que a pesar del impacto que causó en mí cuando lo leí por primera vez, de cierta forma, o por alguna razón, no estaba listo para captar el mensaje implícito en la obra. En efecto, Demian es un libro con un gran contenido espiritual, pero su valor reside en un aspecto más pragmático y concreto: su aplicación en la vida cotidiana, más específicamente en el liderazgo. 

Para dejar en claro lo anterior, permitan que me remita a una experiencia que viví ayer en compañía de mis colegas y amigos Tote Díaz y Chebo Valdez. Tuvimos la oportunidad de participar como ponentes en una serie de conferencias acerca de liderazgo en el ámbito docente, y hablando de mi participación, titulé mi conferencia de la siguiente forma: Romper el cascarón: el líder desde adentro. 

Mi propuesta iba encaminada a tratar de convencer a nuestros oyentes de utilizar su lado oscuro (por decirlo de una manera para referirme a aquello que consideramos defectos) a su favor y ponerlo al servicio de los demás. Todos nuestros "defectos" pueden ser útiles si los tenemos bien identificados y le dedicamos un tiempo a reflexionar sobre los mismos. 

Luego de citar ejemplos de personajes celebres como Antoni Gaudí, Salvador Dalí, entre otros, terminé hablando del valor de la autoaceptación como herramienta fundamental para despertar al líder que llevamos dentro. 

La premisa con la que concluyó mi participación fue: "en la medida en que nos aceptemos a nosotros mismos, recibiremos atención del exterior". ¿Qué tiene que ver esto con Demian? Muy sencillo, para despertar al líder habremos de volcarnos en nosotros mismos, mirar en nuestro interior y después romper el cascarón para redescubrirnos en una nueva versión. 



Psicólogo Alejandro Monreal
Grupo Miranda Psicología Especializada

viernes, 11 de marzo de 2016


Un día gris

El día de ayer fue atípico en la región. El color predominante fue el gris, el frio se sentía húmedo, las calles tapizadas de pequeños arroyos y lagos nos dificultaba el traslado. Y es que en una zona donde llueve dos veces por año, cuando esto sucede es un cataclismo casi bíblico. A pesar de esto y fuera de lo común como el clima, llegue a tiempo a la cita en una estación de radio local, donde nos invitaron hablar de los mitos de la psicología.

Junto con mi colega “Tote”, tratamos de despejar algunas de las dudas, que aún se tienen sobre la psicoterapia, que  iban desde ¿Cuándo es necesario ir a terapia? Hasta ¿Cómo sé que estoy en un ciclo de violencia? Pero la pregunta que realmente llamó mi atención fue la de: ¿El psicólogo, va al psicólogo? Lo cual contestamos que por ética y que incluso por técnica era necesario que el psicólogo acudiera a un proceso didáctico con un psicoterapeuta.

Ahora, hay que alejarse de las ideas donde el psicólogo tiene que ser un ser intachable y  casi rayando en la perfección. Hay que romper la creencia que el psicoterapeuta es un brujo o un chamán. Por eso los invito a que se acerquen a un profesional y realmente pregunten como es un proceso terapéutico, y se darán cuenta que el trabajo realizado por dicho especialista es conducir al paciente a tomar decisiones, y partiendo de estas, ayudar a cambiar su percepción del mundo. A que se dé cuenta que el sol a veces no sale, pero que esto no significa que todos los días lloverá, hay días con viento, con lluvias laguneras y también días agradables

Recuerden sobre todo que el psicólogo es un ser humano igual que otro, con problemas amorosos y dificultades económicas; pero que posee las herramientas necesarias, para poder ayudar a comprender al otro, que los días grises nos ayudan a valorar los soleados.

Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos

viernes, 4 de marzo de 2016


Mi primera vez

Al adentrarme en el boulevard, el sol me pegaba de frente, y es que  a quien se le ocurre hacer una cita a las 10 de la mañana de un sábado, sobre todo después de que el viernes había asistido con unos amigos a ponernos al tanto de la semana. Luego de la quinta cerveza, era normal que me costara un poco levantarme al día siguiente. A  10 minutos de camino, me encontraba tocando el timbre de aquel edificio pequeño, se abrió la puerta, y ahí estaba quien fue mi terapeuta por 4 años.

El consultorio era como una pequeña sala, solo contaba con dos sofás, recuerdo que había una lámpara al fondo de la habitación  “siéntate donde quieras”, decidí colocarme en el sillón más grande, un aire frió recorrió  mi espalda, es que sabía que tenía 15 minutos de retraso. Aún recuerdo el cuadro que estaba justamente frente a mi cara, eran dos siluetas, que formaban una especie de abrazo, hubo horas enteras en los que traté de interpretar esa imagen.

No tenía motivo de consulta, me había decidido asistir por recomendación de mi coordinador, con la premisa de  “cómo quieres dar terapia, si nunca has sido paciente” tenía razón, es por eso que solicité a un ex maestro, del cual sus clases siempre me habían parecido lo mejor de la universidad, que si podía iniciar terapia con él.

Los primeros dos meses, la pasamos charlando de los resultados del futbol, de música, de psicología, de películas, todo parecía una plática muy amena, a veces me hacía preguntas de mi familia, de mis amigos, de mi niñez, llegó un punto que pensé que la terapia, cualquiera la podría dar, que solo era sentarse por 50 minutos y hablar de temas triviales al mismo tiempo de poner cara de interesante. Todo esto cambio cuando mi terapeuta pregunta “¿quién eres?” y yo me quedé sin poder responder, incluso mis ojos terminaron húmedos.

En esa pequeña habitación sentado en el mismo sillón, con el pasar de los meses, pude superar la vez que me rompieron el corazón, sin odiar a las mujeres, pude aprender a plantarme contra mis padres para poder decirles lo que realmente quería para mi vida, supe cuál era mi rol en la familia y cuál es mi lugar en la sociedad, incluso el día que el fracaso aparecía  en la escuela, pude darme cuenta que si me lastimaba era porque había encontrado mi vocación como psicólogo, y es que después de que se acaban las trivialidades , solo quedas tú, y al estar a solas contigo, es cuando el dolor toma sentido, reconoces la felicidad y sobretodo aparece el aprecio hacia uno mismo.

No quiero ser otro psicólogo diciendo que la psicoterapia es la panacea de la salud mental, pero puedo compartirles mi verdad, que es que la terapia realmente funciona, pero que no es el mismo camino para todos, ni la misma meta, es por eso que los invito a dejar de lado esas creencias arcaicas del psicólogo y lo vean como una herramienta, no solo  para la salud, sino como una vía para el auto-descubrimiento, porque al final les puedo decir que en mi caso como paciente, lo que me hizo las visitas semanales con mi psicólogo, fue a aprender a estar conmigo.

Juan Eusebio Valdez Villalobos