Por:
Juan Eusebio Valdez Villalobos.
Sentados en una banca frente el quiosco central del parque, impregnados
por el olor a cloro de la alberca de a un lado. Mi hermano y yo discutíamos del
racismo y clasismo mostrado en las redes sociales ante un hecho que pareciera
muy común en nuestra hermosa sociedad. “Es como cuando vas a jalar a la casa
del patrón y te enamoras de su hija, la güerita” decía un comentario
facebookiano referente a la idea generalizada de que, el niño moreno con rasgos
indígenas pudieran emparejarse con una niña de rasgos europeos.
Burlas, memes, clasismo en
forma de chiste, racismo ante nuestros grupos indígenas. Es lo que se leía en
los comentarios. Mi hermano indignado agitaba los brazos al ver la pantalla de
su Alcatel. El un amante del humor negro y defensor de la comedia con
contenido, como él la llama. Le parecía burdo y estúpido hacer chistes de un
hecho que parecía que nos devolvía a la época de las castas.
“Pero, tú te burlas de Kevin
y Brayan, no seas hipócrita “.Le comento a mi carnalgas, esperando dejarlo
callado. El cual él se ríe y tira la colilla de su cigarro. Mostrando una
sonrisa como quien va a sacar oro de su boca, dice: “¿Tú crees que me río de la
desgracia de la gente pobre?… Estas mal guey… Yo cuando hago un chiste referente
a las luchonas o reguetoneros, no me rio de ellos. Mi comentario es para burlarme
y ver lo absurdo de ese pensamiento. Incluso señalar a la gente que cree en esos
estereotipos. Jajajja te creí más listo cabron”. A continuación, nos
encontrábamos envueltos en carcajadas para bajar la ansiedad ante la caldeada
conversación. Después, nos levantamos y seguimos caminando por el pequeño
parque.
Al llegar a la nieve Chepo.
Ricas y muy conocidas por la gente de Lerdo y Gomitoz. Sin ganas de nieve, pero
sedientos, compramos una botella de agua y seguimos con nuestro paseo. Al
adentrarnos al parque, nuevamente. Mi carnal pensativo, se detiene y de su boca sale: “Ayer estuve platicando
con mi papá. ¿Sabías que vivió de mojado con los gringos?”. Asentí con la
cabeza y recordé que en alguna ocasión
mi padre me había contado esa parte de su vida, incluso me enteré de sus
experiencias con la marihuana y los hippies. Anécdotas chidas.
Mi hermano aun pensativo y
dispuesto a seguir platicando me decía: “El esfuerzo de nuestros jefes,
hicieron que estuviéramos aquí, con la
posibilidad de disfrutar un cigarro en un parque pichurriento, pero que para
nosotros nos recuerda la vez que atropellaste a mi jefe con la bici, cuando aprendías
a usarla o los partiditos de fut con estos gueyes… Estoy orgulloso de mi
familia”. Yo para este momento me quedaba pendejo con los pensamientos que
salían de mi carnal. La nostalgia se paseaba por mi pecho, he de admitir.
Al llegar a la casa de mis
padres. Sentados en las jardineras, fumando otro cigarro. Se abre la puerta
principal y aparece mi padre dispuesto a platicar del próximo juego del Santos.
Lo interrumpo y le pregunto: ¿Alguna vez te han discriminado, por ser pobre o
mexicano?”. Sorprendido por la pregunta y volteando hacia el suelo respondía
con la cabeza que sí. ¿Qué hiciste? Preguntaba yo. “Los mande a chingar a su
madre y me fui a trabajar”.
El problema de la mamoneria
y racismo en México, no es cuestión de humor ni de lastima. Sino es cuestión de
consciencia y reconocimiento. Porque estoy seguro que las ideas segregarías y
separatistas no influirían en nosotros, si dejáramos de compararnos y de
intentar de entrar en sociedades con otros principios y rechazando los propios.
Al final de cuentas, ya debemos de hacer nuestro propio camino. En pocas
palabras: Que chinguen a su madre y vamos a trabajar.
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