viernes, 18 de marzo de 2016


El día que fui un ave 

Todos me miraban, callados, expectantes, decenas de ojos se clavaban en mis movimientos. Ahí en ese instante, intentaba recitar la maldita poesía cuyo autor no recuerdo. Solo articule un sonido semejante al gaznar de un ganso. Recuerdo que todos aplaudieron como quien regala piedad, por algo que les incomoda, como cuando damos limosna. Traté de recomenzar con la declamación, ahora no salió ni pio. Tenía unos 10 años y esa fue la vez que en el festival del día de las madres, me transforme en el hombre-ave, es decir tuve un ataque de pánico.

 Ese suceso me marcó, al grado que cuando traigo las imágenes del pasado mi estómago se retuerce.  Hoy puedo decir que en los momentos que me ha tocado  pararme de vuelta en un escenario rodeado de público, ya no hecho ruidos de ningún plumífero.  Para lograr esto tuve que superar aquella ocasión, y la verdad fue un proceso difícil. Lleno de miedos.

Inmediatamente después de los sucedido, cada que era mi turno para exponer o pasar al frente de la clase. Mis manos sudaban frio, mi corazón desesperado quería salir por mi pecho y mi labio inferior se movía frenéticamente de arriba abajo. Todo esto me hacía sentir como  los boxeadores cuando se postran enfrente de sus rivales, que los superan en peso y alcance.  Igual que ellos a pesar del terror,  tenía que arrojarme a tirar puñetazos sino sabía que el miedo ganaría por knockout. A veces esto sucedía.

En preparatoria me encantaba impartir clase, sentir las miradas. Ser el centro de atención a beneficio del aprendizaje. Ya no me salían sonidos de ave, ya no me sudaban las manos, mi corazón aunque agitado, podía cabalgarlo. ¿Miedo?  Aun lo tenía, de hecho aún lo tengo, pero ahora lo puedo identificar y controlar. Además aprendí que gracias a esta emoción, pude darme cuenta de mis virtudes, de mis defectos. Incluso  comprendí que si existe temor, a la par hay un deseo que te motiva para superar este y ese deseo, es el que te motiva para crecer.

¿Cuántas veces dejamos de hacer cosas que nos gustan, por miedo? como: ¿Declararnos  a la chica que nos gusta? ¿Hacer el viaje que queríamos? ¿Cambiar de empleo? ¿Estudiar? ¿Bailar? ¿Conocer gente? ¿Vivir?

Hay que entender que el miedo es natural, necesario.  Ayuda a reflexionar, a detenernos y ver el panorama más amplio. Decía Franz Kafka: “Mi miedo es mi esencia y probablemente la mejor parte de mi”. El escritor lo entendió así y nos regaló clásicos de la literatura. Como quien dice  sacó provecho a sus defectos, de su debilidad. Por último los invito a aprender de nuestros temores, para no dejar que estos sean los únicos que dictaminen nuestro camino.



Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos

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