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sábado, 25 de febrero de 2017

Sin sensiblería ni engaño

Sin sensiblería ni engaño

Para Lolita de Villa Barrera



Un error, una cagada, una metida de pata. Miedo, flojera, irresponsabilidad. Un chingo de defectos que al menos yo, desde entonces y hasta la fecha, tengo en mi consciencia. La cagamos, es un hecho. Tu asignatura: un mito, una leyenda, la más cabrona. Todos culeados, temblorosos, expectantes. Nos va a cagar. No estudiamos. No es magia, es insight, darse cuenta. No leíste nuestras mentes. Apelaste a los hechos. A lo que viste, nuestra ignorancia. 

Así comenzó tu clase ese día, como siempre. Por suerte, por orden de lista, por no sé qué chingados, el expositor no fui yo. ¿Me salvé? ¡Ni madres! La chinga fue parejita, a todos por igual. Y entonces, alguien comenzó a hablar. Puras pendejadas, una recitación de lo que venía en el libro con ese nombre cabrón, bonito, rimbombante, todo en uno: Principios de la Medición en Psicología y Educación por Frederick G. Brown. Un señor librazo. Aquí entre nos y como paréntesis, a ese libro le debo gran parte de mi vida como pareja. Luego te cuento con lujo de detalles. De vuelta a la aventura, aquel ente, con miras a convertirse en loquero recitaba y recitaba… Y recitaba y ¡qué hueva! De repente, las preguntas. ¿Y eso qué significa? ¿Qué entendiste? ¿Leíste, acaso? 

Te levantaste de tu escritorio. ¿Un llamado de atención? ¡Nos cagaste! Eso sí, con estilo y sin insultos. Temblamos todos y podía escuchar las bancas tambalearse, al unísono. ¡Culos!, les decía y me decía a mí mismo. Vi unos ojos vidriosos, atrás, a mi izquierda, a mi derecha, los míos. Yo no fallé y me quedó el saco. Saliste. Te fuiste. Molesta por perder tu tiempo con nosotros. Tenías razón. Y así, el mito y el hecho se fusionaron, se volvieron uno: Lolita es bien cabrona. 

Te idealicé. Quería ser como tú. Cabrón. Sabio. Inteligente. Te admiraba, pero también te temía. No quería fallarte. Pero no eras mía, ni siquiera nuestra. Eras de los otros. De los fresas, los bonitos, los primeros en la lista. Solo estuviste en dos episodios de mi carrera y en muchos momentos breves. Eso bastó. Fue suficiente. Mi über-ich te adoptó como ideal, como una meta. Difícil, pero valía la pena. Te cuidado con lo que deseas…

… Se puede cumplir. Y se cumplió. 

Lo que sigue: un compañero de viaje profesional. ¿Quién será? Yo te escogí y supongo que tú también me escogiste a mí. En mi caso, tenía certeza y duda. ¿Escogí bien? ¡Qué pinche miedo! ¡Me va a cagar! Quizás sea lo que necesito. Comencé. Un rapport, un encuadre, un contrato. Una, dos, tres, cuatro… 100. ¡Se la pelaron. Es mentira! Nueve, pausa, pausa, pausa, uno, dos, pausa. Risa, llanto, rabia… ¡Me enojé! No es tu culpa. Es mi responsabilidad. 

El valor de tu compañía radica en la ausencia de sensiblerías y engaños. Abrir los ojos. La presencia facilita el proceso de desenmarañar el discurso del otro, la ausencia teje nuevos conflictos o les da puntadas a los que ya existen. ¡Mierda, qué cabrón!

¡Paz! ¡La traes! ¡Papa caliente! ¡Chingue a su madre, no fui yo!

¿Paz? ¿Tranquilidad? ¡NO! Comprensión, insigth, darse cuenta. ¡Eso es!

Muchas gracias. Te quiero.

Alejandro Monreal

sábado, 18 de febrero de 2017

Brillando en el viento

Brillando en el viento

Para José Antonio Miranda Hernández.



Para ser honesto, ignoro cuál sea tu animal favorito. Es más, ni siquiera sé si tienes uno. La luciérnaga es un capricho mío, basado en mis observaciones, en las metáforas que sobre tu persona he hecho.

Quizás te preguntarás por qué elegí un bicho luminoso y no un mamífero con poderosas mandíbulas, o un reptil que intimida con su sola presencia. El orden en el reino, tiene poca importancia. Si bien todos forman parte de una cadena alimenticia, cada quien se desenvuelve mejor que los demás en su propio entorno y con sus propias herramientas, sus peculiaridades, lo que los vuelve únicos. 

La luciérnaga es quizás una señal de buen augurio, es una esperanza en la oscuridad, una linternilla que se mueve lento, pero permanece. A decir verdad, nunca he visto una. Tú eres lo más parecido a ellas, o al menos eso creo. 

Te voy a suplicar que antes de pedirme, en tus pensamientos, que no exagere con mis apreciaciones, trates de aceptar mis palabras. Si tú lo deseas como mera información, un regalo, un cumplido, qué sé yo. Así como tú me invitas a disfrutar y reconocer mis propios logros, así te invito yo a reconocer los tuyos. Tómalos, ¡no mames!

No sé si tú me encontraste a mí o yo a ti, lo que importa es la coincidencia. Yo te vi. En la oscuridad, como luciérnaga, flotando. Un pequeño espacio iluminado. Y sólo me senté a observar. Cómo te movías. A dónde. Cada cuánto tiempo. Aprendí a escuchar tus movimientos, los interpreté. Después fue mi turno. Me caí, no brillé, lloré. Me enojé, hice berrinche, te odié, te maldije. Casi le doy la espalda a la luz. 

Regresé y te miré de nuevo. Fijamente. Hipnotizado. Lo entendí. No querías una copia de tus movimientos. Querías que confiara, que creyera en mí, que encontrara mi forma de aletear, de volar, de flotar. Danzar en el aire, brillar en el viento.

Ya no necesito verte tan seguido. Memoricé tu ritmo y lo olvidé. Tenía que dejar espacio para el mío. De vez en cuando voy a verte y ahí sigue tu luz. Danzando en el aire, brillando en el viento.

Hola, adiós, bienvenido, hasta siempre. Ya te guardé… aquí… danzando en el aire, brillando en el viento.

Alejandro Monreal

miércoles, 6 de abril de 2016

No te acabes, poder.


La sensación es tan inmensa que siento que puedo comer el mundo de un bocado , sin desgajarlo, sin desmenuzarlo. Es más el placer que me brinda el sólo hecho de poseerlo que el mismo proceso de disfrutarlo, es placer por placer, no se desprende de un hecho particular, es puro y por eso se siente perfecto en mi cuerpo, en mis manos, en mis pensamientos e ideas. Es tan fácil tener el control de lo que deseo y tan difícil contenerme a mí mismo; sin embargo, no importa si la presa se desborda, al final de cuentas se desborda en mí... ¡Qué bien se siente esto!, es magnífico, gigantesco, que no cabe en mí. Ahora entiendo a los dictadores, a los justos, a los injustos, pues una vez que conoces el poder y lo tienes en tus manos, te negarás rotundamente a soltarlo, es una fuerza imparable por medios externos, una llama eterna, combustible infinito, ¡no te acabes, poder, no te acabes! Antes de ti yo era otro, pero después de ti no seré nada. ¿Perdí la humanidad? Yo creo que me volví más humano y más animal, ¡qué extraño es esto!, que amo y a veces la gente fuera de mi círculo me es indiferente, como si fuera un maremoto, sin consciencia, sin culpa, sin remordimiento. ¡No te acabes, poder, no te acabes!, pero no me tragues, no me engullas, no hagas de mí una porción tuya, que parece que tienes vida propia. ¡No me tragues poder, no me tragues!

Psicólogo Alejandro Monreal
Grupo Miranda Psicología Especializada