miércoles, 18 de mayo de 2016

APOLOGÍA ELECTORAL

APOLOGÍA ELECTORAL

Por: Juan Vargas Medina


Y aquí vamos otra vez… en una vorágine de vana información transmitida de forma intempestiva por parte de nuestra prensa pública. De manera cíclica nos invaden con una constante de promesas ¿vacías?, de argumentos plagados de supuesta empatía y benevolencia. Evocando a discursos ancestrales en donde los personajes se van reciclando, asumiendo máscaras diferentes.

Hoy está de moda: Lety, Esteban, José, mientras que nosotros en un mundo de eufemismos que terminan después de un par de meses. Es común que los ciudadanos se integren a un proyecto de una aparente homologación de intereses, para después dar un paso a una actitud de olvido, desapego, hacia una teoría del absurdo por parte de esos protagonistas.

Lamentablemente esta apología se complementa con una alteración en nuestra memoria a corto plazo. Porque a pesar, muy a nuestro pesar como ciudadanos seguimos depositando nuestra confianza en candidatos electorales. Ya que al momento de estos ciclos de argumentaciones persuasivas pareciera que sale a la luz una amnesia anterógrada. Una situación mayormente grave que la que padecía Dori (Buscando a Nemo).

Al confiar en las pretensiones políticas ofertadas estamos entregando nuestra libertad. Aquella cámara de ecos, en donde cada persona tiene la responsabilidad de hacer lo que libremente le compete. Se va nuestra individualidad, sometida a decisiones de terceros y en espera de otro ciclo de propuestas.


Y ante el escenario de falsas expectativas surge en mí la incertidumbre: ¿podemos hacer algo?, y después de tiempo de reflexionar siempre llego a la misma respuesta: ¡tenemos que hacer algo!, por respeto a ser congruentes con nuestra libertad; y se me ocurre, contribuir de forma participativa para lograr una mejora a mi entorno, no únicamente rechazando o juzgando ideas como expresión catártica de emociones, sino propiciándolas,  y darnos la oportunidad de fomentar el altruismo como estilo diario de vida. 

Como decía Antoine de Saint-Exupéry, célebre autor del Principito: “El hombre no es más que lo que hace”.

sábado, 14 de mayo de 2016

Una visita
“No crees. Porque no has visto una bruja convertirse en pájaro” me decía la esposa de mi primo, dejando de sonreír como si estuviera por empezar un tema importante, donde las bromas están prohibidas. Le comenté que tal vez tenía razón. Ver para creer. Ese fue el inicio de una serie de anécdotas sobre lo misterioso y lo fantasmal: “yo vi a una niña” “yo conozco a alguien que conoce, quien platicó con un niño que resultó ser un fantasma”

“Eres ateo, no crees en nada” me abordo mi tía con cara de quien esta hablando con un bicho raro, con un extranjero. Las miradas se fijaron en mí. La temperatura corporal empezó a subir. Sentía vergüenza. Creo que si no se hubiera llevado la reunión en mi casa, me corren a patadas por pagano y blasfemo. Se contuvieron y continuamos con nuestra fantasmal plática. “me destaparon en la noche…. Sentí como alguien se sentaba a mi lado” todos atentos escuchábamos a mi primo, que con voz baja y actuando como mimo, nos decía el preciso momento en el que el ser espectral tomaba sus sabanas, dejándolo descubierto y con los pies fríos. ! Actorazo!

Y así continuaron las historias de los vivos que se encuentran con muertos. La verdad no me molesta hablar de estos temas. De hecho, me encanta ver la cara de la gente que con ojos pelones, representan el instante en el que saltaron al ver el ser del otro mundo. Es como ver una obra de teatro, ya que te envuelven en una atmosfera mística y es tan convincente su discurso, que por momentos, dudas de la lógica, de lo comprobable, de lo tangible. Lo desconocido siempre se presenta en un disfraz de seducción.

“¿Te acuerdas cuando una fulana vio alguien en el baño de la casa de tu tío Pedro?“ Decía mi tía señalando a mi primo que se encontraba en el otro extremo de la mesa, quien contestaba que: “era mi tía, que no se quería ir”. Esta pequeña escena desató primero un silencio y después los recuerdos llenos de nostalgia empezaron a fluir: “te acuerdas de las gorditas que vendía…” “te acuerdas como nos agarraba el pelo para acariciarnos” “te acuerdas que cada vez que ibas a su casa te ofrecía, aunque sea frijoles” “sufrió mucho” ”te acuerdas que tu tía…”.


Aquella reunión que por momentos fue una sesión espiritista. La cual se componía de: mi primo, su esposa, su mamá que es mi tía, mi tía Angélica y yo. En la cocina de mis papás, donde el calor era intenso, que tuvimos que ir por unos refrescos y cervezas.  Gracias a nuestros recuerdos y risas, trajimos como invitada a una persona que en forma física ya no se encuentra. Yo no sé si los fantasmas, las brujas, los duendes, o el hombre lobo existen, en este mundo real. Siento que es como la religión, cada quien la profesa o no, como quiera. Solo puedo decir que esa tarde gracias a la forma en que vivió mi tía y los recuerdos que nos regaló. Sentí como si estuviera ahí, compartiendo la mesa con nosotros otra vez.  

Por: Juan Eusebio Valdez

miércoles, 11 de mayo de 2016

¡BEING A MASTER JEDI!

¿Being a Padawan(1)?... Not any more, nowadays I prefer:
¡Being a Master Jedi(2)!


por: Psic. Juan Vargas Medina

El tiempo y la vida en un constante vaivén que entran en franca oposición cuando no nos permitimos avanzar acorde a la vida que deseamos tener.

Crecer o no crecer, un dilema existencial que nos aborda al momento de dejar de lado nuestras barreras emocionales y enfrentarnos. Que es momento de romper con aquellos esquemas que anteriormente nos ofrecían una ganancia secundaria pero que ahora debemos darnos la oportunidad de subir un peldaño más en nuestra escalera de la vida.

Hoy recuerdo las sabias palabras que mi madre me decía cuando replicaba por alguna travesura de la infancia que hacía o por alguna mala nota escolar: ¿para cuándo hijo?, y en innumerables ocasiones me preguntaba ¿para cuándo qué ? Hasta que me di cuenta de la trascendencia de esas palabras. Porque de eso se trata la vida… de ¡crecer!

Una exigencia que debemos de asumir con total cabalidad y responsabilidad, y que hace algunos ayeres una persona importante en mi vida lo reafirmó, al decirme ¿cómo para cuándo? Y volvieron a mí esos recuerdos añejos, como una vorágine de ideas que me invadían y la imagen de mi madre diciéndome lo mismo;  sin embargo, ahora cobraban un significado distinto.

Yo, con mayores vivencias, asumí esas palabras, más que una invitación, como una propuesta de crecimiento personal, decidirme a crecer y no físicamente, sino emocionalmente. Dejar de lado temores, conflictos y poner a mi servicio aquellas herramientas emocionales de las que dispongo para poder enfrentar los retos que la vida me va presentando, porque descubrí que ese miedo a seguir aferrado a una comodidad infantil no me permitía darme cuenta de mi gran capacidad como ser humano, como profesionista,  porque detrás de ese miedo al éxito enmascaraba un miedo a fracasar, un miedo a dejar de ser niño, un miedo a crecer personal y profesionalmente, porque traía a mi mente esas imagos parentales diciéndome “ay hijo, ¿otra vez?” o “no hijo, deja que yo lo haga…” pero he decidido  acomodar esas palabras como parte de mi experiencia y dar un paso hacia la trascendencia de mi vida.

Haciendo alusión, para todos los cinéfilos amantes de aquellos entrañables personajes, es momento oportuno de dejar de ser Padawan para convertirme en un maestro Jedi.





Un Padawan(1), en básico, era un niño, o en algunos casos un adulto, que comienza un serio entrenamiento por parte de un Caballero Jedi o un Maestro Jedi(2), elegido por el mismo Caballero o Maestro de las filas de los indiciados Jedi.

viernes, 6 de mayo de 2016

Mamá cuervo (Adaptación del cuento Mamá cuervo)

Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos 


“cría cuervos y te sacaran los ojos”
Dicho popular


Tú eres lo más preciado que tengo. Tu vida está destinada para alcanzar todas las metas que hemos soñado, no importa que dejara de lado mi felicidad. Sé que  podrás ser el mejor por los dos. Tu capacidad e inteligencia inigualables podrán con este mundo que nos rodea, que nos asfixia con su hostilidad e incomprensión. Solo confía en mí, todo se podrá alcanzar. Eres mi hijo, mi pajarito, mi polluelo dorado.

¿Señora ardilla ha visto a mi hijo? Claro que no lo ha visto, porque si lo hubiera visto, jamás lo olvidaría. Ya que sus ojos con forma de perlas negras, al clavar su mirada en ellos, la trasportan  a un mundo cristalino y celestial. Su canto, es un canto que le toca el alma hasta estremecer, hasta sentir como se retuerce en felicidad, en placer. Es por eso que estoy segura que no lo ha visto.

¿Por qué se iría de mi lado? Yo solo le he dado amor, cariño. Lo único que le he dado es todo aquello que me faltó. Que me importa la opinión de dizque profesionales sobre su salud o mi estilo de amar. Los niños necesitan saber que son únicos. Para una madre como yo, que soy un cuervo. Mi polluelo, mi hijo, mi único hijo es mi única razón por la cual vivir…

Señora lobo dígame que se lo comió, que no tuvo la fuerza de voluntad para contenerse ante un platillo tan apetecible. Dígame que lo devoro, que se comió sus perfectas patas, su pico único, y que al momento de romper sus huesos, sintió remordimiento por haber quitado al mundo un ser tan especial, como mi hijo. Pero por favor, por su madre, no me diga que mi hijo decidió por sí solo, que necesitaba alejarse de mí. No me diga que con lágrimas en sus ojos mi polluelo le confeso que me odia, a mí, su propia madre. Dígame que lo devoró, que se lo comió y que no me odia, así como yo me odio en este momento. FIN

El amor de los padres nos debe hacer sentir queridos, amados, seguros y capaces de vivir. La búsqueda de la perfección a través de los hijos es solo una ilusión alimentada por las carencias afectivas de los padres. El error es humano y el humano es imperfetamente bello.


“La perfección es una pulida colección de errores”
Gabriel García Márquez


Cuento original: http://mamacuervo.superforos.org/t123-el-cuento-de-mama-cuervo

jueves, 28 de abril de 2016

Ya merito

Se escuchaba el himno mexicano por toda la sala de mi casa. Mi padre, hermano menor y yo, nos levantamos del sillón para saludar a una imaginaria bandera. Por sugerencia de mi padre, entonamos la letra del canto nacional. Por momentos estábamos en Leipzig, Alemania. Apoyando a la tricolor que jugaba su partido de octavos de final, contra su semejante de Argentina.

Minuto 5, falta a favor de los verdes a los linderos del área grande. Acomoda Pardo, el exquisito jugador del américa, que después fue campeón de liga  precisamente en Alemania. Patea. Méndez se adelanta y con la cabeza raspa la pelota. Jugada de dos toques en el área siempre es gol, dicen los que saben. Ese día no se equivocaron. Márquez, Capitán. Defensa de unos de los grandes de Europa. Recién campeón con el Barza. Penetra por el lado izquierda y al encontrarse solo se lanza con los tachos por delante. Remata, Gol. El aficionado Mexicano sueña con cuartos.

Al minuto 8 Crespo, aquel campeón en Italia, goleador, fuerte, excelente en el aire. Nos regresa al juego de octavos, 1-1. Nervios, manos sudadas, mentadas de madre, ansiedad, miedo. Todo esto durante los 90 minutos de aquel juego. México fue mejor, tuvo el control del balón, contuvo a súper estrellas del nivel de Riquelme. México jugó como nunca.

Tiempos extras. Jamás había vivido un mundial como aquel del 2006. Era mi primer acercamiento a una selección nacional, que veía como lujo de chilangos. Mi afición era solo al santos, al equipo local. Además en las filas tricolores estaba nuestro héroe del desierto, goleador histórico. Jared, quien ya había brillado en Corea-Japón. Y es que cuando un equipo que te dicen que es tuyo, solo que tienes que viajar 12 horas en camión para verlo. Se convierte en algo ajeno.

Al final ganó Argentina. Los grandes siempre ganan. Con un gol de volea nos devolvió a nuestra realidad. Por mi cabeza pasó la frase: “ya merito, jugamos como nunca, perdimos como siempre”. Resignados estábamos en la sala. La tristeza invadió el cuarto. Hoy México acumula 6 ya méritos, 6 jugamos como nunca perdimos como siempre. Un equipo caracterizado por hacer medidas de rescate, donde la constancia no existe, donde los deseos son más que el trabajo, donde la planeación se hace dos meses antes de los mundiales, donde se vive en el mañana.

“Dime como juegas y te diré quien eres” dice Eduardo Galeano, refiriéndose que el fútbol de cada país es el reflejo de su sociedad, de sus costumbres, de sus hábitos, incluso de sus alcances como comunidad. Si esto fuera ¿cómo sería el mexicano ante el trabajo, ante la salud, ante la educación, ante el arte, ante la vida? Por lo pronto yo seguiré siendo aficionado al fútbol, creyendo en nuestro   grupo. Por ahí dicen que la séptima es la vencida.
   


         Juan Eusebio Valdez Villalobos
Grupo Miranda Psicología Especializada

lunes, 18 de abril de 2016

No todo lo que escuchas es alucinación.



El mal de la persona con esquizofrenia no radica en la patología ni en sus derivados, sino en la incomprensión del mundo hacia él. Se le juzga por una “capacidad” que pocos de los considerados “normales” poseen, escucharse a sí mismo en profundidad.

Quienes miramos al esquizofrénico desde afuera juzgamos sus conductas, sus manierismos, sus delirios y alucinaciones y creamos un cuadro clínico perfecto para nosotros mismos, para “comprender” la patología desde nuestros propios esquemas. Sin embargo y paradójicamente, se me ocurre que la comprensión del esquizofrénico nos llevaría a la comprensión de nosotros mismos.

Cuántas veces te has puesto a escucharte a ti mismo, sin importar el mensaje, sin importar la aceptación social de lo que piensas. Tenemos la mala costumbre de desechar nuestros pensamientos por el simple hecho de considerarlos incorrectos, inadecuados, imposibles porque “pensamos que pensarlos significa actuarlos”, cuando en realidad no es así. 

Un pensamiento puede derivarse de un hecho o de un sentimiento, aunque a veces no sucede como tal. Los mensajes que nos envía el inconsciente son herramientas para comprender nuestra realidad interna y transformarla a través de su resignificación.

La ira puede desencadenar ideas de destrucción en función de una experiencia y se vuelve productiva cuando se trabaja en pro del desarrollo de mi propia persona. Ninguna emoción es buena o mala, lo que les da connotación es lo que hacemos con ellas. Así, hay gente que experimenta sentimientos (de esos llamados positivos) y termina haciendo cosas perjudiciales para sí mismo y para quienes le rodean. 

Si bien, la intención no es desarrollar la esquizofrenia en la mitad de la población mundial, si les hago una atenta invitación a que se permitan recibir tales mensajes, sin juzgarlos, sin etiquetarlos, sin ponerles adjetivos. Quizás un día alguien descubra que el esquizofrénico no está tan “loco” después de todo.

Psicólogo Alejandro Monreal
Grupo Miranda Psicología Especializada



domingo, 17 de abril de 2016


La pluma


El primer día de secundaria, recuerdo que los malestares me invadieron. Iban desde ascos, mareos, dolor de cabeza y bochornos, pude experimentar lo que es estar embarazada. Me encontraba invadido de dudas y miedos. Es que entrar en esta nueva etapa era perder la comodidad infantil. Todo cambio cuando se terminó el verano.  Desde la rutina, hasta la compañía de tus amigos. De mis manos se fue la reconfortante sensación  de asistir a un lugar conocido.

Púber, inexperto, temeroso  y lleno de hormonas descontroladas. Así empecé  mi experiencia en secundaria. De un profesor a siete. De tres o cuatro materias a diez. De recesos de media hora a descansos de 20 minutos y horarios partidos. Todo tu mundo infantil empieza a parecer absurdo. Tienes que ocultar tu cuaderno lleno de calcas de los super campeones o dragon ball. De pronto la caricatura de moda ya no es relevante para hacer amigos. Sientes como poco a poco el dedo gigante de los estereotipos coloca la etiqueta  sobre tu espalda: ñoños, deportistas, músicos, aburridos, mensos, lambiscones, callados, raros. Hay de todo y para todos.

Sobreviví el primer día, pero solo pensaba que faltaban cuatro para el sábado. Vivía con achaques mañaneros. Quería vomitar mi sándwich recién ingerido. Para ese entonces mi padre era el encargado de darnos un aventón a mi hermano menor y a mí. Lo hacía antes de ir a la empresa donde laboraba. Primero a él en la primaria. Deseaba aquel destino, pero solo un pasajero descendía  de aquella camioneta blanca y no era yo. Por mi mente pasó la idea de hacer tan notorios los síntomas, para poder lograr en mi padre  un sentimiento de compasión. Y así, en vez de llevarme al instituto, me dejara en casa.  

Al llegar a las puertas de la entrada de la escuela secundaria. La cual algunos de mis compañeros de cariño llamaban “Almoloyita”, debido a sus edificios que rodeaban la cancha de fut bol de concreto que se encontraba en medio, que asemejaba los patios de una prisión, eso decían ellos influenciados por las noticias en la tele que mencionaban sobre el penal de “Almoloya”. Era mi última oportunidad de provocar lástima.

“¿qué tienes?” pregunta mi papá  con cara de quien ve su cachorro herido, creo que hasta sus ojos estaban cristalinos “me siento mal, me duele la pansa” dije apunto del llanto. “¿te quieres ir a la casa? Pregunta mi padre preocupado.  Lo cual yo agarrando con todas mis fuerzas mi abdomen contesto con “si”. Pensé. Mi plan funcionó. Ahorita en vez de soportar al profesor de cívica, acomodo la antena de conejo y enciendo el televisor. Acompañado de un cereal me aviento todas las caricaturas vespertinas.

Mi padre en silencio toma de la bolsa de su camisa azul con logo de la empresa lechera, una pluma metálica. Me la acercó mientras me decía “ten, siempre hay que tener una pluma, no sabes cuando la vas a necesitar…. Te la regalo “

Ese día falté a la escuela. Incluso mi madre preocupada, me hizo hacer unos análisis, perdí mi mañana planeada en esto.  Obviamente las pruebas salieron negativas en todos los males que mi madre pronosticó. Al día siguiente en la mochila traía mi nueva pluma de adulto. Relacionaba las plumas de mi padre como un objeto de poder, con ella firmaba cuando sacaba algo de una tienda, o firmaba mis calificaciones, con solo poner su nombre en forma abstracta él podía hacer casi cualquier cosa.

Mis síntomas de embarazada desaparecieron poco a poco. Hoy para ser honesto no recuerdo donde está la pluma metálica. Creo que ya no la necesito. Ya tengo  mis propias plumas, pero lo que aún conservo vigente es el tiempo que pasé con mi padre,  a pesar de su excesivo trabajo. Me quedo con las idas al estadio corona, los juegos uno a uno de basquetbol, o los días en que después de que me entregaban las calificaciones, me llevaba por una nieve. Creo que lo importante no es la pluma, sino la fuerza de la firma.

 Juan Eusebio Valdez Villalobos