Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos
Basado en la canción: "Las flores" de Cafe Tacuba.
“Ven”. Era el mensaje
que aparecía y desaparecía de la pequeña pantalla del celular de Rubén. Había
pasado otra mañana desde que “el loco” como le decían sus amigos de la
secundaria, se encontraba postrado en el sillón con la mirada clavada en la
humedad del techo. Con su mano derecha sin mirar siquiera el aparato, abría y cerraba
los mensajes de guats.
Los días de “el loco” se
habían convertido en un asco. No solo era el hecho que el jabón y el agua no
habían tocado su morena piel desde hace 4 días o el hecho de que su
alimentación las ultimas semanas había consistido solo en latas de atún,
acompañadas de unas gotas de limón. Limones
amarillentos que llevaban más de un mes en el cajón del refri.
Mear y regresar. Cagar y
volver a sentarse. Ir por una lata y volver al sillón. Rascarse los huevos,
quitarse las costas de los brazos. Entretenerse tocando su piel de cocodrilo,
la que se había formado en sus codos. Dormir. Esperar el hartazgo de Claudia.
La chica cuyas historias siempre lo hacían sonreír y querer escuchar más. La
chica que no dejaba de mensajear.
“Déjame ver cómo es que
floreces”. Susurraba el bulto del sillón mientras sus regordetes dedos pasaban
por sus pelos de estropajo. La imagen de los ojos de Claudia bailaban por todo
el techo. La última vez que se vieron en el parque de la colonia, ella dijo que
lo amaba y el solo puso su cara de estúpido, mientras soltaba sus manos. De su
boca salió una excusa tan pendeja que cuando la recuerda vuelve la vergüenza. Recuerda que al llegar
a su casa aun sudaba. En ese momento empezó su encierro.
El silencio de la
pequeña casa era abrumador, sofocante, se podía sentir como oprimía
el pecho. Vacío. Miedo. Los sentidos se distorsionaban desde el exterior. ¿Por
qué decir te amo? “El loco” sentía que esas palabras no estaban conectadas con
su esencia. Se estancaban en su garganta impidiendo la entrada de paz. Moverse,
estar junto a ella, mirar sus ojos, estrechar sus manos, sentir otra ilusión,
oler a Claudia. Parecía un sueño lejano.
Los días pasaban y “El
loco” seguía en coma. Una siesta que ya tenía varias semanas, una siesta con
los ojos abiertos y la boca cerrada. Lunes,
martes, domingo, no importaba. Las latas de atún se habían terminado. Salir o
volver al sillón, dilema. Seguir con hambre o aventurarse a exhibir su cuerpo
abandonado en la tienda de la esquina. Doña Doris, la viejilla chismosa, una
víbora con arrugas y dentadura, de seguro diría algún insulto disfrazado de
falso interés.
Lo peor era imaginarse
que cayera el sol y bajo la luz de la luna, mirar a Claudia. Temor a que los
ojos de ella miraran sus ropas sucias manchadas de pescado muerto, su rostro
sin descanso, su piel acartonada y áspera por la falta de baño. Pensar que esas
dos estrellas de pronto proyectaran lástima, provocando que la sangre se
acumulara en forma de puños explotando
contra el muro.
El bulto ya no se encontraba
en el sillón. Era una sombra que camina. No podía parar, murmuraba una
hipotética conversación con Claudia:
- ¿Por qué no me has
llamado? Preguntará- Estoy ocupado, mucho trabajo, después te invito al cine-
mentiría “el loco”. La pequeña escena daba vueltas en la cabeza del greñudo, quien
no dejaba de maldecir cada que sentía a Claudia aparecer en su imaginación.
“Toc, toc”. El sonido de
la puerta que obliga a Rubén a detener su auto reproche. Furioso se dirige a la entrada. Al abrir, la
luz exterior como lumbre se incrusta en su retina, impidiendo poder ver quien
es la visita. Al tallar los ojos, una silueta que parece ser enorme, gigante,
se postra. De ese ser lleno de luz sale sola una palabra “Corima”. Al irse el
destello un personaje semejante al apache de la lotería está en la cornisa de
la puerta.
“El loco” moviendo su
cabeza de derecha a izquierda, cierra la puerta. Todavía aturdido por el choque
de luz y calor del sol, se dirige al
sofá. Sentado, no puede recordar lo que estaba haciendo antes de que llegara el
indio a su casa. En su mente: “Corima”.
Al cerrar los ojos el sueño lo envuelve,
al abrir sus ojos dos niños desnudos aparecen ante él en medio de la sala. La
niña sonriendo sujeta su mano y le da un pequeño beso en la frente, el niño
solo observa con su rostro impávido. Sentir los suaves labios de la niña provoca
que sus parpados vuelvan a caer.
Soledad al volver al sillón.
Sigue ahí la humedad del techo. La alacena aun esta vacía. Tiene hambre. Afuera
ya es de noche. Extraño en la ciudad se pueden apreciar las estrellas. Se
dirige al baño, después de tirar una meada frente al espejo, puede ver sus ojeras,
su rostro cansado. En el reflejo hay tristeza. Llora. No por Claudia, sino por
él. Llora a su ser abandonado, al despojo en el que se ha convertido.
Una intensa sensación de
comezón aparece en su cabeza, como si mil patas de arañas se pasearan entres su
cabellos. Decide que es tiempo de bañarse, deja salir el agua fría. Sentir el líquido
en su espalda es liberador, al sentir en sus fosas nasales el olor del jabón
hacen que su boca dibuje una sonrisa. Vuelve a llorar. Al cerrarse la regadera
se dirige a su cuarto y se desploma en su cama. Desnudo. Al fin duerme.
Los dos niños caminan
junto a él, mientras se dirigen al
principio de unas escaleras. No se ve el final. La niña sonríe y corre, dice:
“Vamos a ver las estrellas”. El pequeño niño se sienta y mira a la nada. Rubén acerca
su mano y este la aleja diciendo: “No lo
merezco, me he portado mal”. La niña impaciente da la espalda y decide subir. Rubén
en medio de estos seres, vuelve a sudar, la respiración se corta. “Toc, toc” llaman a la puerta.
“Toc, toc” insisten.
Tomando solo un pantalón, corre a la entrada. Esta vez el choque con la luz es
menos traumático. Es el apache, puede
verlo con claridad, su piel color barro, sus arrugas como grietas debajo de sus
ojos, viste una especie de pañal, trae un pañuelo sudado en su cabeza. Sonríe mientras
de sus labios cortados por la falta de agua sale la palabra “Corima”. Rubén sin
saber lo que debe de hacer solo repite en voz baja lo que escucha “Corima,
corima”
El indio le entrega un
plato de plástico cubierto con servilletas desechables y sonriendo se va. Rubén
con el plato en sus manos, cierra la puerta y vuelve a entrar a la sala.
Sentado, puede oler lo que contiene el plato, es mole con arroz, el cual devora
sin cubiertos. Siente como sus manos se
humedecen con el guiso, está caliente
casi hirviendo, es agradable en su garganta.
Después de comer, piensa
en quien puede ser su visita. Tal vez se mudó una comunidad indígena aquí cerca,
o a lo mejor son nuevos en la ciudad y andan pidiendo en las calles. Jamás se
había preguntado cuales serían las razones de los indios que ve en la calle
para pedir comida. “Corima” le dijo aquel moreno.
“El loco” había estado
escondido en su casa, quien sabe cuánto tiempo, el olor era asqueroso. No lo
podía soportar, así que decidido se puso a limpiar. Mientras sujetaba la escoba,
el trapeador o el trapo a su mente venia la sonrisa de la niña de sus sueños,
la sonrisa de Claudia. Buscó su celular, el cual se encontraba sin batería.
Aparece una gran necesidad de leer los mensajes de Claudia. Al conectar y
encender el dispositivo. Tuvo que esperar mientras la pantalla de mensajes
cargaba, era una horrible espera. La comezón volvía aparecer, las arañas ahora
caminaban por todo su cuerpo, quería correr, quería ir con Claudia, quería
levantar al niño de sus sueños y llevarlo a las escaleras, quería compartir su
vida con Claudia, quería agradecer al indio el mole.
Al abrir la bandeja de
mensajes, aparece uno nuevo de Claudia:
“Déjame ver cómo es que floreces.
Con cinco pétalos te absorberé.
Cinco sentidos que te roban solo un poco de tu
ser.
Seis veces para vivirte, debajo de una misma
luna.
Otras nueve pasaran para sentir que nuevas
flores nacerán”
Rubén, “El loco” deja caer
el celular, se dirige a la puerta, sale, siente el aire en su piel, sus piernas
empiezan a moverse, en un instante está en la casa de Claudia. “Toc, toc”. Abre
Claudia. Rubén sonríe, estrecha las manos de la joven y un “Te amo” sale de sus
labios. FIN