“Resulté
más culo que tú”, me dijiste, e inmediatamente mi garganta se hizo nudo, aunque
debo confesar, que el simple hecho de leer que habías escrito la palabra “corazón”,
me hizo recordar lo frágil que eres. No sé por qué, pero nunca me engañó tu
disfraz de dureza, tu indumentaria de mecánico. El ver tus ojos es evidencia
suficiente, pues te conozco de mucho tiempo atrás, crecimos juntos, nos
criticamos, intercambiamos juegos, criticaste a mis novias, me criticaste a mí;
pero siempre has estado ahí.
No sé
si lo has notado, pero tenemos una extraña forma de comunicarnos:
intercambiamos unas palabras y nos quedamos en silencio, con una cerveza en la
mano, quizás; pero ahí estamos, ambos en silencio.
Había
estado pensando en ti últimamente, te traía en la cabeza, qué será de tu vida,
cómo estará tu hija… por qué no me ayudaste el fin de semana pasado.
Agradecimientos y reproches, los primeros perduran, los segundos se me olvidan
al siguiente día; finalmente, cada día decido que siempre serás mi amigo.
Ayer
me dijiste que sientes que no le bastas a las personas que te rodean, que
siempre das lo mejor de ti y de cierto modo te dicen que nunca es suficiente,
no con palabras, pero sí con actos, con gestos, con actitudes. Es horrible, lo
sé.
Es
horrible tener que lidiar con un cliché, con el estereotipo de lo que debe ser
un hombre. Nunca debe faltar nada, nunca debe decir que no, no puede
enfermarse, tiene que ser chingón en la cama y saber todo sobre reparaciones y
de plano, intentar comprender muchas veces a quien no le da explicaciones:
mago, adivino, máquina sexual, cursi, detallista, genio, inteligente, fuerte,
puntual guapo, un montón de chingaderas. Recuerdo bien un día en que te hice
una pregunta sobre mi carro y me respondiste con ironía: “guapo y adivino,
ta´cabrón”.
Estoy
consciente de tus habilidades, de tu calidad como persona, de tu nobleza y del
amor que sientes por quienes amas; pero a estas alturas, también se vale decir
que no puedes solo, que necesitas ayuda, que lo grande que eres lo eres también
por el apoyo que tienes y no porque levantes tú solo el peso de tu hogar, es
imposible.
Ayer,
que supe que llorabas, me recordaste también lo frágil que soy yo, lo cansado
que estoy de ponerme disfraces de lo que no puedo ser ni hacer solo.
Ya me
cansé de lo que digan los pendejos, sí pendejos que dicen que no tomo cerveza
de hombre, que no fumo cigarros de hombre y que me quejo cuando me duele la
espalda o me tiemblan las piernas, ya no me importa. Soy psicólogo, mi trabajo
es intelectual; pero no por eso soy menos hombre. Eres tú, tan hombre, tan
persona, estás vivo y también se vale tirar la toalla un rato, pedir ayuda. Con
todo mi corazón y sin mamadas, te digo que se vale llorar.
Te
quiero, amigo.
Adrián Alejandro Rodríguez
Monreal
Grupo Miranda Psicología
Especializada
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