viernes, 30 de diciembre de 2016

Las flores(Cuento)

Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos

Basado en la canción: "Las flores" de Cafe Tacuba.

“Ven”. Era el mensaje que aparecía y desaparecía de la pequeña pantalla del celular de Rubén. Había pasado otra mañana desde que “el loco” como le decían sus amigos de la secundaria, se encontraba postrado en el sillón con la mirada clavada en la humedad del techo. Con su mano derecha sin mirar siquiera el aparato, abría y cerraba los mensajes de guats.

Los días de “el loco” se habían convertido en un asco. No solo era el hecho que el jabón y el agua no habían tocado su morena piel desde hace 4 días o el hecho de que su alimentación las ultimas semanas había consistido solo en latas de atún, acompañadas de unas gotas de limón. Limones  amarillentos que llevaban más de un mes en el cajón del refri.

Mear y regresar. Cagar y volver a sentarse. Ir por una lata y volver al sillón. Rascarse los huevos, quitarse las costas de los brazos. Entretenerse tocando su piel de cocodrilo, la que se había formado en sus codos. Dormir. Esperar el hartazgo de Claudia. La chica cuyas historias siempre lo hacían sonreír y querer escuchar más. La chica que no dejaba de mensajear.

“Déjame ver cómo es que floreces”. Susurraba el bulto del sillón mientras sus regordetes dedos pasaban por sus pelos de estropajo. La imagen de los ojos de Claudia bailaban por todo el techo. La última vez que se vieron en el parque de la colonia, ella dijo que lo amaba y el solo puso su cara de estúpido, mientras soltaba sus manos. De su boca salió una excusa tan pendeja que  cuando la recuerda vuelve la vergüenza. Recuerda  que al llegar  a su casa aun sudaba. En ese momento empezó su encierro.

El silencio de la pequeña casa era abrumador, sofocante, se podía sentir  como  oprimía el pecho. Vacío. Miedo. Los sentidos se distorsionaban desde el exterior. ¿Por qué decir te amo? “El loco” sentía que esas palabras no estaban conectadas con su esencia. Se estancaban en su garganta impidiendo la entrada de paz. Moverse, estar junto a ella, mirar sus ojos, estrechar sus manos, sentir otra ilusión, oler a Claudia. Parecía un sueño lejano.

Los días pasaban y “El loco” seguía en coma. Una siesta que ya tenía varias semanas, una siesta con los ojos abiertos y la boca cerrada.  Lunes, martes, domingo, no importaba. Las latas de atún se habían terminado. Salir o volver al sillón, dilema. Seguir con hambre o aventurarse a exhibir su cuerpo abandonado en la tienda de la esquina. Doña Doris, la viejilla chismosa, una víbora con arrugas y dentadura, de seguro diría algún insulto disfrazado de falso interés.

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Lo peor era imaginarse que cayera el sol y bajo la luz de la luna, mirar a Claudia. Temor a que los ojos de ella miraran sus ropas sucias manchadas de pescado muerto, su rostro sin descanso, su piel acartonada y áspera por la falta de baño. Pensar que esas dos estrellas de pronto proyectaran lástima, provocando que la sangre se acumulara en forma de puños  explotando contra el muro.

El bulto ya no se encontraba en el sillón. Era una sombra que camina. No podía parar, murmuraba una hipotética conversación con Claudia:

- ¿Por qué no me has llamado? Preguntará- Estoy ocupado, mucho trabajo, después te invito al cine- mentiría “el loco”. La pequeña escena daba vueltas en la cabeza del greñudo, quien no dejaba de maldecir cada que sentía a Claudia aparecer en su imaginación.

“Toc, toc”. El sonido de la puerta que obliga a Rubén a detener su auto reproche.  Furioso se dirige a la entrada. Al abrir, la luz exterior como lumbre se incrusta en su retina, impidiendo poder ver quien es la visita. Al tallar los ojos, una silueta que parece ser enorme, gigante, se postra. De ese ser lleno de luz sale sola una palabra “Corima”. Al irse el destello un personaje semejante al apache de la lotería está en la cornisa de la puerta.


“El loco” moviendo su cabeza de derecha a izquierda, cierra la puerta. Todavía aturdido por el choque de luz y  calor del sol, se dirige al sofá. Sentado, no puede recordar lo que estaba haciendo antes de que llegara el indio a su casa.  En su mente: “Corima”. Al cerrar los ojos  el sueño lo envuelve, al abrir sus ojos dos niños desnudos aparecen ante él en medio de la sala. La niña sonriendo sujeta su mano y le da un pequeño beso en la frente, el niño solo observa con su rostro impávido. Sentir los suaves labios de la niña provoca que sus parpados vuelvan a caer.

Soledad al volver al sillón. Sigue ahí la humedad del techo. La alacena aun esta vacía. Tiene hambre. Afuera ya es de noche. Extraño en la ciudad se pueden apreciar las estrellas. Se dirige al baño, después de tirar una meada frente al espejo, puede ver sus ojeras, su rostro cansado. En el reflejo hay tristeza. Llora. No por Claudia, sino por él. Llora a su ser abandonado, al despojo en el que se ha convertido.

Una intensa sensación de comezón aparece en su cabeza, como si mil patas de arañas se pasearan entres su cabellos. Decide que es tiempo de bañarse, deja salir el agua fría. Sentir el líquido en su espalda es liberador, al sentir en sus fosas nasales el olor del jabón hacen que su boca dibuje una sonrisa. Vuelve a llorar. Al cerrarse la regadera se dirige a su cuarto y se desploma en su cama. Desnudo. Al fin duerme.

Los dos niños caminan junto a él, mientras  se dirigen al principio de unas escaleras. No se ve el final. La niña sonríe y corre, dice: “Vamos a ver las estrellas”. El pequeño niño se sienta y mira a la nada. Rubén acerca su  mano y este la aleja diciendo: “No lo merezco, me he portado mal”. La niña impaciente da la espalda y decide subir. Rubén en medio de estos seres, vuelve a sudar, la respiración se corta. “Toc, toc”  llaman  a la puerta.

“Toc, toc” insisten. Tomando solo un pantalón, corre a la entrada. Esta vez el choque con la luz es menos traumático. Es el apache,  puede verlo con claridad, su piel color barro, sus arrugas como grietas debajo de sus ojos, viste una especie de pañal, trae un pañuelo sudado en su cabeza. Sonríe mientras de sus labios cortados por la falta de agua sale la palabra “Corima”. Rubén sin saber lo que debe de hacer solo repite en voz baja lo que escucha “Corima, corima”

El indio le entrega un plato de plástico cubierto con servilletas desechables y sonriendo se va. Rubén con el plato en sus manos, cierra la puerta y vuelve a entrar a la sala. Sentado, puede oler lo que contiene el plato, es mole con arroz, el cual devora sin cubiertos. Siente como sus manos  se humedecen con el guiso,  está caliente casi hirviendo, es agradable en su garganta.

Resultado de imagen para tarahumara a lapizDespués de comer, piensa en quien puede ser su visita. Tal vez se mudó una comunidad indígena aquí cerca, o a lo mejor son nuevos en la ciudad y andan pidiendo en las calles. Jamás se había preguntado cuales serían las razones de los indios que ve en la calle para pedir comida. “Corima” le dijo aquel moreno.

“El loco” había estado escondido en su casa, quien sabe cuánto tiempo, el olor era asqueroso. No lo podía soportar, así que decidido se puso a limpiar. Mientras sujetaba la escoba, el trapeador o el trapo a su mente venia la sonrisa de la niña de sus sueños, la sonrisa de Claudia. Buscó su celular, el cual se encontraba sin batería. Aparece una gran necesidad de leer los mensajes de Claudia. Al conectar y encender el dispositivo. Tuvo que esperar mientras la pantalla de mensajes cargaba, era una horrible espera. La comezón volvía aparecer, las arañas ahora caminaban por todo su cuerpo, quería correr, quería ir con Claudia, quería levantar al niño de sus sueños y llevarlo a las escaleras, quería compartir su vida con Claudia, quería agradecer al indio el mole.

Al abrir la bandeja de mensajes, aparece uno nuevo de Claudia:

Déjame ver cómo es que floreces.
Con cinco pétalos te absorberé.
Cinco sentidos que te roban solo un poco de tu ser.
Seis veces para vivirte, debajo de una misma luna.
Otras nueve pasaran para sentir que nuevas flores nacerán”

Rubén, “El loco” deja caer el celular, se dirige a la puerta, sale, siente el aire en su piel, sus piernas empiezan a moverse, en un instante está en la casa de Claudia. “Toc, toc”. Abre Claudia. Rubén sonríe, estrecha las manos de la joven y un “Te amo” sale de sus labios.  FIN
        

  

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