Rubén y la muerte
Por: Juan Eusebio Valdez
En una exposición en la universidad, un
compañero llevó como muestra un pequeño ratón de color blanco. En esa
demostración quería comprobar que el miedo es aquello que no conocemos. Nos
vendó los ojos y sin enseñarnos en donde metíamos la mano. Nos dirigía hacia un
recipiente con distintas texturas y en una de ellas se encontraba Rubén, el ratón.
Lo bauticé Rubén,
al momento que lo rescaté de ser
devorado por un pajarote con forma de lechuza que merodeaba por el
estacionamiento de la uni. Después que mi compañero como no encontró otra
función para el roedor, solo se le ocurrió que fuera alimento del plumífero
nocturno.
La otra noche
antes de dormir, me encontraba acostado viendo mi celular, revisando redes
sociales y me encontré con una nota, que decía que los ratones duran solo 3 años
con vida. En un instante no encontraba oxígeno para respirar. Entré en un mini
shock, que tuve que ir al baño a regar el arbolito y a remojar en agua mi cara. No podía creer que Rubén
ya con un año y medio conmigo estuviera cercano a su muerte.
Tuve que
controlarme, usando técnicas de respiración. Pasó una hora y al fin encontré el
valor de acercarme a Rubén y comunicarle la triste noticia. Para esto me había
preparado con sus semillas favoritas (de girasol) y un poco de jugo de naranja.
Cauteloso me
acerqué. Al estar aún paso de su jaula. Sentí su mirada, les juro que con solo
mirar sus ojos rojos, yo sabía que el ya conocía las malas noticias que en un
momento le daría. Primero abrí la conversación con cosas triviales, el clima,
en cómo veía al santos al inicio del torneo o que si había escuchado el nuevo
éxito de Enrique Iglesias.
De pronto, un aire frío
entró por la ventana, suceso que hizo que Rubén dejara de comer su semilla.
Aproveché el silencio y mirándolo a los ojos, bueno a su nariz, porque ya saben
que los ratones tienen la cara alargada y tendría hablarle de lado para
dirigirme a uno de sus ojos, pero esta noticia se tenía que decir de frente, de
nariz.
Le dije: “Rubén,
con nosotros llevas más de un año y medio aquí en la casa…y ya eres parte de la familia,
eres casi tan importante como la tele de la sala o el dvd… bueno lo que te
quería decir es…“. Para este momento mis manos temblaban al igual que mis
piernas. Me imaginaba como seria la reacción de Rubén al enterarse del tiempo
de vida. Jamás le sabrán igual las semillas o ruñir la biblia vieja que está al
lado de su jaula. Tal vez piense en buscar pareja y reproducirse. Pero para
esto tendría que conseguir un lugar más grande donde él, sus hijos y su pareja
puedan estar a gusto. Tendría que decidir rápido, porque la vida se le iba.
Entre lagrimeos,
terminé de comunicarle la noticia: “Te quedan solo un año y medio de vida, tal
vez menos si contamos el tiempo que duraste en la tienda de mascotas, antes que
te comprara mi compañero” En eso le acerqué mi mano para reconfortarlo, después
de tan cruel realidad ¿saben lo que hizo? Nada, solo se quedó ahí y siguió comiendo
su semilla de girasol. No hubo miedo, no hubo planes a futuros apresurados, no
hubo llanto. Solo se quedó comiendo su semilla y después de terminarla paso a ruñir
la biblia. Solo se quedó ahí viviendo su vida.
El miedo a la
muerte es natural. Es lo que nos hace crear y amar. Es lo que nos recuerda lo
trascendente. Pero tenerlo siempre en nuestros pensamientos hace que olvidemos
lo más importante, vivir.
Nota: quiero agradecer a Rubén, mi ratón por su colaboración en este escrito. Snifff Snifff (gracias en ratón).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario