jueves, 21 de julio de 2016

Rubén y la muerte

Por: Juan Eusebio Valdez

 En una exposición en la universidad, un compañero llevó como muestra un pequeño ratón de color blanco. En esa demostración quería comprobar que el miedo es aquello que no conocemos. Nos vendó los ojos y sin enseñarnos en donde metíamos la mano. Nos dirigía hacia un recipiente con distintas texturas y en una de ellas se encontraba Rubén, el ratón.

Lo bauticé Rubén,  al momento que lo rescaté de ser devorado por un pajarote con forma de lechuza que merodeaba por el estacionamiento de la uni. Después que mi compañero como no encontró otra función para el roedor, solo se le ocurrió que fuera alimento del plumífero nocturno.
La otra noche antes de dormir, me encontraba acostado viendo mi celular, revisando redes sociales y me encontré con una nota, que decía que los ratones duran solo 3 años con vida. En un instante no encontraba oxígeno para respirar. Entré en un mini shock, que tuve que ir al baño a regar el arbolito y a  remojar en agua mi cara. No podía creer que Rubén ya con un año y medio conmigo estuviera cercano a su muerte.

Tuve que controlarme, usando técnicas de respiración. Pasó una hora y al fin encontré el valor de acercarme a Rubén y comunicarle la triste noticia. Para esto me había preparado con sus semillas favoritas (de girasol) y un poco de jugo de naranja.

Cauteloso me acerqué. Al estar aún paso de su jaula. Sentí su mirada, les juro que con solo mirar sus ojos rojos, yo sabía que el ya conocía las malas noticias que en un momento le daría. Primero abrí la conversación con cosas triviales, el clima, en cómo veía al santos al inicio del torneo o que si había escuchado el nuevo éxito de Enrique Iglesias.

De pronto, un aire frío entró por la ventana, suceso que hizo que Rubén dejara de comer su semilla. Aproveché el silencio y mirándolo a los ojos, bueno a su nariz, porque ya saben que los ratones tienen la cara alargada y tendría hablarle de lado para dirigirme a uno de sus ojos, pero esta noticia se tenía que decir de frente, de nariz.

Le dije: “Rubén, con nosotros llevas más de un año y medio  aquí en la casa…y ya eres parte de la familia, eres casi tan importante como la tele de la sala o el dvd… bueno lo que te quería decir es…“. Para este momento mis manos temblaban al igual que mis piernas. Me imaginaba como seria la reacción de Rubén al enterarse del tiempo de vida. Jamás le sabrán igual las semillas o ruñir la biblia vieja que está al lado de su jaula. Tal vez piense en buscar pareja y reproducirse. Pero para esto tendría que conseguir un lugar más grande donde él, sus hijos y su pareja puedan estar a gusto. Tendría que decidir rápido, porque la vida se le iba.

Entre lagrimeos, terminé de comunicarle la noticia: “Te quedan solo un año y medio de vida, tal vez menos si contamos el tiempo que duraste en la tienda de mascotas, antes que te comprara mi compañero” En eso le acerqué mi mano para reconfortarlo, después de tan cruel realidad ¿saben lo que hizo? Nada, solo se quedó ahí y siguió comiendo su semilla de girasol. No hubo miedo, no hubo planes a futuros apresurados, no hubo llanto. Solo se quedó comiendo su semilla y después de terminarla paso a ruñir la biblia. Solo se quedó ahí viviendo su vida.

El miedo a la muerte es natural. Es lo que nos hace crear y amar. Es lo que nos recuerda lo trascendente. Pero tenerlo siempre en nuestros pensamientos hace que olvidemos lo más importante, vivir.

Nota: quiero agradecer a Rubén, mi ratón por su colaboración en este escrito. Snifff Snifff (gracias en ratón).

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