Gûicho y la masa.
Por: Juan Eusebio Valdez
Gûicho es mi sobrino. Un
adolescente de 15 años, delgado y alto.
Un chavo alivianado, que siempre saluda con una sonrisa en su rostro.
Tiene dos características: una: que ama el futbol. Ha sido seleccionado en su
escuela para representarla desde primaria. El deporte es uno de los temas que más
gusta de hablar y vivir, tiene un fuerte sentido de competencia, ideas
heredadas por su padre, mi hermano.
Dos: le gusta escuchar
música electrónica, su favorita, afición que adquirió hace unos meses. Sonidos que yo coloco semejantes a los de los
celulares de antaño por la simpleza de la melodía. Es por eso que fue una
sorpresa para mí, su invitación de la semana pasada para ir al taquín de
Inspector, que se presentó en la explanada de la feria de Gómez Palacio.
Al llegar, el olor a
cerveza, humo de cigarro y a baño público nos impregnó. Después de pasar las
revisiones de los polis, ya nos encontrábamos frente a la banda, bueno nosotros
y otras 5 mil personas, calculo. El ska
de la banda regia ya sonaba. Mientras el sudor hacia sus aparición en nuestras
playeras. La multitud que coreaba las rolas te trasmitía esa energía que te
hacia querer saltar. “Vamos para adelante, ahí se ve que esta mas chido” me
dice Gûicho señalando el lugar donde un pequeño slam se llevaba a acabo.
“Ya estoy viejo para esto”, me dije en voz
baja y volteando hacia el suelo, pero ante la insistencia de mi sobrino, que no
fue mucha la verdad, ya nos encontrábamos entre empujones, codazos, patadas y
golpes, al ritmo de la guitarra y el sax. Un slam que durante la tocada se hizo
cada vez más grande.
Años anteriores Gûicho con 10 años, me había pedido
que lo llevará a un concierto, pero ante la negativa de sus padres, le prometí
que cuando cumpla los años suficientes él iba a ser uno de mis invitados.
A los 13 años Gûicho fue
a su primer Corona Fest, un festival de rock en español, hecho por la empresa
cervecera, fue la última edición por cierto. Esa vez tocó el turno de El Gran
Silencio, Gûicho no dejó de bailar y saltar todo la tarde, fue la primera vez
que vio el ritual “chichis pa´ la banda “, para los que no reconocen dicho ritual, es un
fenómeno que se presenta en los eventos masivos donde la raza al ver una mujer que sobresale de las cabezas, sentada en los
hombros de alguien. Los presentes al rededor en coro gritan: ¡chichis pa´ la
banda!, ¡chichis pa´ la banda! La mayoría de las veces las chicas le recuerdan
a su progenitora a los gritones, pero lo siguen haciendo porque en ocasiones,
cuando las estrellas se alinean y las cervezas son suficientes, la chava
montada en los hombros de un acomedido, cumplen el capricho de la multitud. Ese
día en el Corona Fest, el primer concierto de Gûicho, las chichis fueron pa´ la
banda.
Los conciertos de rock
son para olvidarte un poco de la cortesía y los modales, sino pregunte a mi
sobrino que al finalizar la noche, me dice en voz baja y con la cara colorada:
-me agarraron una pompa- y yo con cara de asombro pregunto- ¿Cómo?- el
cual contesta- pues cuando veníamos saliendo, sentí un pellizco y después volteo…
iban dos chavas riéndose-
Sin meternos en
discusiones de género. La masa es democrática, la masa es liberadora, la masa
es pura, y sobre todo cuando la masa es acompañada de música, la masa vive sin complejos
y supuestos sociales, ahí en la masa conviven hombres y mujeres, jóvenes y
viejos, no hay género, ni edad. La masa nos devuelve a ser uno con los demás y
no importa que sea un martes por la noche y que la semana laboral apenas empieza.
A veces, hay que dejarse atrapar por la masa.
Recomendación lectora:
“La caverna” José Saramago
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