REMEMBRANZAS LÚDICAS
Hoy aproveché una pausa que sin premeditación se me presentó
durante mi día. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde, de un día lunes,
que por curioso que parezca precisamente
ese día estuvo lleno de papeles que entregar, con interminables listas de pendientes
por hacer.
Sentado en aquella calurosa oficina, decidí cambiar mi atención en
búsqueda de un respiro para mi agitado y tedioso día, para lo cual opté por
salir a caminar un momento, al encontrarme en aquel momento personal algo
interrumpió mi andar y escuché una cuenta progresiva entonada en coro por un
grupo de 6 niños, gritaban al unísono dos, tres, (y así como aumentaban la numeración asimismo lo hacían con su tono de
voz), continuaron; cuatro, y al llegar a cinco, prolongaron la cuenta diciendo:
cincoooooooo, sus voces llenaban el entorno con su melodiosa voz, llamó mi
atención que se quedaron viendo en un periodo de tiempo fugaz e hicieron una
ligera pausa, enmudecieron, sus miradas se clavaban en ese entorno que habían
creado e intempestivamente, soltaron una risa que llenó el ambiente de alegría
y sorpresa. Cuando se escuchó a uno de ellos decir: ¿no qué no? Y así sin
pronunciar algún otro comentario deshicieron su entorno que sin planear habían
construido, rompieron ese vínculo que los niños hicieron y con el cual
identificaron algo en común: el entusiasmo de lo espontáneo, porque como
negarle a un niño de 8 años que no se integre a un juego colectivo en donde la
competencia sale a relucir como búsqueda de ejercer control sobre el otro, de dominio
respecto a lo que tengo y el otro carece, algo tan simple y elemental como lo
es la posesión de algo que tengo y tú no, el arrebatar unas cuantas figuras
circulares con dibujos de caricaturas, popularmente llamados “Tazos”
Ahora hago memoria, hurgo en mis recuerdos y recuerdo esa
sensación de placer cuando estaba niño al ir a la tienda de Doña Coco, aquella
figura totémica que durante varios años representó el absurdo del ideal actual
de microempresario. A decir verdad recuerdo que aquella señora carecía de un
orden administrativo en su miscelánea. Llegaba a la tienda y la saludaba: ¡Hola
doña Coco! y se dirigía a mi mostrando su dentadura color ámbar con cálida voz:
¿Ahora de cuáles vas a llevar?, y esa pregunta me parecía que ella ya sabía a
lo que iba, como si estuviera viviendo una profecía anticipada o acaso podía
leer en mi mente lo que deseaba.
Después de un momento de reflexión elegía una bolsa pequeña y
al momento de pagarle le comentaba: ¿cuánto le debo?... como si fuera un niño
inexperto que no tenía conocimiento del costo de aquellas golosinas
absurdamente nutritivas para todo niño. Doña Coco sacaba de entre sus ropas, un
conjunto de varias prendas entre ropa interior, blusa, chaleco, suéter y
mandil, su pequeño monedero café para entregarme el cambio al dinero que le
había entregado.
Cada vez que yo iba era un intento de mi parte por comprar
alguna bolsa de “papitas” y no únicamente de las que “no puedes comer solo una”
sino de los demás productos de la famosa marca amarilla.
Y recuerdo que era una gran decisión el escoger el producto
indicado, ya que en ese momento pasaba a un segundo término escoger aquellas de
tu preferencia, lo realmente valioso era saber si por dentro se encontraba
aquel objeto preciado que en aquellos años daba signo de importancia y
prestigio. Ya que quien tenía los “tazos” más cotizados adquiría un status
distinto que sobresalía por encima del resto de los amigos. Cambiaba tu
perspectiva al tener un tazo normal a poseer un Súper tazo o un Mega tazo y así
podría seguir con la clasificación tan simbólica para todo niño que estaba
familiarizado con aquella tendencia de juego.
Y que ahora casi 20 años después me vuelvo a topar con que
aquel grupo de niños que experimentaban esa sensación que yo había vivido
durante algún periodo de mi vida. Me sentí identificado al ver sus rostros una
sensación de incertidumbre al momento de hacer varios intentos por voltear un
tazo y ejercer un dominio sobre tu oponente, que delicia de aquellos recuerdos
que hoy brotaron en mi vida.
JUAN VARGAS MEDINA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario