jueves, 28 de abril de 2016

Ya merito

Se escuchaba el himno mexicano por toda la sala de mi casa. Mi padre, hermano menor y yo, nos levantamos del sillón para saludar a una imaginaria bandera. Por sugerencia de mi padre, entonamos la letra del canto nacional. Por momentos estábamos en Leipzig, Alemania. Apoyando a la tricolor que jugaba su partido de octavos de final, contra su semejante de Argentina.

Minuto 5, falta a favor de los verdes a los linderos del área grande. Acomoda Pardo, el exquisito jugador del américa, que después fue campeón de liga  precisamente en Alemania. Patea. Méndez se adelanta y con la cabeza raspa la pelota. Jugada de dos toques en el área siempre es gol, dicen los que saben. Ese día no se equivocaron. Márquez, Capitán. Defensa de unos de los grandes de Europa. Recién campeón con el Barza. Penetra por el lado izquierda y al encontrarse solo se lanza con los tachos por delante. Remata, Gol. El aficionado Mexicano sueña con cuartos.

Al minuto 8 Crespo, aquel campeón en Italia, goleador, fuerte, excelente en el aire. Nos regresa al juego de octavos, 1-1. Nervios, manos sudadas, mentadas de madre, ansiedad, miedo. Todo esto durante los 90 minutos de aquel juego. México fue mejor, tuvo el control del balón, contuvo a súper estrellas del nivel de Riquelme. México jugó como nunca.

Tiempos extras. Jamás había vivido un mundial como aquel del 2006. Era mi primer acercamiento a una selección nacional, que veía como lujo de chilangos. Mi afición era solo al santos, al equipo local. Además en las filas tricolores estaba nuestro héroe del desierto, goleador histórico. Jared, quien ya había brillado en Corea-Japón. Y es que cuando un equipo que te dicen que es tuyo, solo que tienes que viajar 12 horas en camión para verlo. Se convierte en algo ajeno.

Al final ganó Argentina. Los grandes siempre ganan. Con un gol de volea nos devolvió a nuestra realidad. Por mi cabeza pasó la frase: “ya merito, jugamos como nunca, perdimos como siempre”. Resignados estábamos en la sala. La tristeza invadió el cuarto. Hoy México acumula 6 ya méritos, 6 jugamos como nunca perdimos como siempre. Un equipo caracterizado por hacer medidas de rescate, donde la constancia no existe, donde los deseos son más que el trabajo, donde la planeación se hace dos meses antes de los mundiales, donde se vive en el mañana.

“Dime como juegas y te diré quien eres” dice Eduardo Galeano, refiriéndose que el fútbol de cada país es el reflejo de su sociedad, de sus costumbres, de sus hábitos, incluso de sus alcances como comunidad. Si esto fuera ¿cómo sería el mexicano ante el trabajo, ante la salud, ante la educación, ante el arte, ante la vida? Por lo pronto yo seguiré siendo aficionado al fútbol, creyendo en nuestro   grupo. Por ahí dicen que la séptima es la vencida.
   


         Juan Eusebio Valdez Villalobos
Grupo Miranda Psicología Especializada

lunes, 18 de abril de 2016

No todo lo que escuchas es alucinación.



El mal de la persona con esquizofrenia no radica en la patología ni en sus derivados, sino en la incomprensión del mundo hacia él. Se le juzga por una “capacidad” que pocos de los considerados “normales” poseen, escucharse a sí mismo en profundidad.

Quienes miramos al esquizofrénico desde afuera juzgamos sus conductas, sus manierismos, sus delirios y alucinaciones y creamos un cuadro clínico perfecto para nosotros mismos, para “comprender” la patología desde nuestros propios esquemas. Sin embargo y paradójicamente, se me ocurre que la comprensión del esquizofrénico nos llevaría a la comprensión de nosotros mismos.

Cuántas veces te has puesto a escucharte a ti mismo, sin importar el mensaje, sin importar la aceptación social de lo que piensas. Tenemos la mala costumbre de desechar nuestros pensamientos por el simple hecho de considerarlos incorrectos, inadecuados, imposibles porque “pensamos que pensarlos significa actuarlos”, cuando en realidad no es así. 

Un pensamiento puede derivarse de un hecho o de un sentimiento, aunque a veces no sucede como tal. Los mensajes que nos envía el inconsciente son herramientas para comprender nuestra realidad interna y transformarla a través de su resignificación.

La ira puede desencadenar ideas de destrucción en función de una experiencia y se vuelve productiva cuando se trabaja en pro del desarrollo de mi propia persona. Ninguna emoción es buena o mala, lo que les da connotación es lo que hacemos con ellas. Así, hay gente que experimenta sentimientos (de esos llamados positivos) y termina haciendo cosas perjudiciales para sí mismo y para quienes le rodean. 

Si bien, la intención no es desarrollar la esquizofrenia en la mitad de la población mundial, si les hago una atenta invitación a que se permitan recibir tales mensajes, sin juzgarlos, sin etiquetarlos, sin ponerles adjetivos. Quizás un día alguien descubra que el esquizofrénico no está tan “loco” después de todo.

Psicólogo Alejandro Monreal
Grupo Miranda Psicología Especializada



domingo, 17 de abril de 2016


La pluma


El primer día de secundaria, recuerdo que los malestares me invadieron. Iban desde ascos, mareos, dolor de cabeza y bochornos, pude experimentar lo que es estar embarazada. Me encontraba invadido de dudas y miedos. Es que entrar en esta nueva etapa era perder la comodidad infantil. Todo cambio cuando se terminó el verano.  Desde la rutina, hasta la compañía de tus amigos. De mis manos se fue la reconfortante sensación  de asistir a un lugar conocido.

Púber, inexperto, temeroso  y lleno de hormonas descontroladas. Así empecé  mi experiencia en secundaria. De un profesor a siete. De tres o cuatro materias a diez. De recesos de media hora a descansos de 20 minutos y horarios partidos. Todo tu mundo infantil empieza a parecer absurdo. Tienes que ocultar tu cuaderno lleno de calcas de los super campeones o dragon ball. De pronto la caricatura de moda ya no es relevante para hacer amigos. Sientes como poco a poco el dedo gigante de los estereotipos coloca la etiqueta  sobre tu espalda: ñoños, deportistas, músicos, aburridos, mensos, lambiscones, callados, raros. Hay de todo y para todos.

Sobreviví el primer día, pero solo pensaba que faltaban cuatro para el sábado. Vivía con achaques mañaneros. Quería vomitar mi sándwich recién ingerido. Para ese entonces mi padre era el encargado de darnos un aventón a mi hermano menor y a mí. Lo hacía antes de ir a la empresa donde laboraba. Primero a él en la primaria. Deseaba aquel destino, pero solo un pasajero descendía  de aquella camioneta blanca y no era yo. Por mi mente pasó la idea de hacer tan notorios los síntomas, para poder lograr en mi padre  un sentimiento de compasión. Y así, en vez de llevarme al instituto, me dejara en casa.  

Al llegar a las puertas de la entrada de la escuela secundaria. La cual algunos de mis compañeros de cariño llamaban “Almoloyita”, debido a sus edificios que rodeaban la cancha de fut bol de concreto que se encontraba en medio, que asemejaba los patios de una prisión, eso decían ellos influenciados por las noticias en la tele que mencionaban sobre el penal de “Almoloya”. Era mi última oportunidad de provocar lástima.

“¿qué tienes?” pregunta mi papá  con cara de quien ve su cachorro herido, creo que hasta sus ojos estaban cristalinos “me siento mal, me duele la pansa” dije apunto del llanto. “¿te quieres ir a la casa? Pregunta mi padre preocupado.  Lo cual yo agarrando con todas mis fuerzas mi abdomen contesto con “si”. Pensé. Mi plan funcionó. Ahorita en vez de soportar al profesor de cívica, acomodo la antena de conejo y enciendo el televisor. Acompañado de un cereal me aviento todas las caricaturas vespertinas.

Mi padre en silencio toma de la bolsa de su camisa azul con logo de la empresa lechera, una pluma metálica. Me la acercó mientras me decía “ten, siempre hay que tener una pluma, no sabes cuando la vas a necesitar…. Te la regalo “

Ese día falté a la escuela. Incluso mi madre preocupada, me hizo hacer unos análisis, perdí mi mañana planeada en esto.  Obviamente las pruebas salieron negativas en todos los males que mi madre pronosticó. Al día siguiente en la mochila traía mi nueva pluma de adulto. Relacionaba las plumas de mi padre como un objeto de poder, con ella firmaba cuando sacaba algo de una tienda, o firmaba mis calificaciones, con solo poner su nombre en forma abstracta él podía hacer casi cualquier cosa.

Mis síntomas de embarazada desaparecieron poco a poco. Hoy para ser honesto no recuerdo donde está la pluma metálica. Creo que ya no la necesito. Ya tengo  mis propias plumas, pero lo que aún conservo vigente es el tiempo que pasé con mi padre,  a pesar de su excesivo trabajo. Me quedo con las idas al estadio corona, los juegos uno a uno de basquetbol, o los días en que después de que me entregaban las calificaciones, me llevaba por una nieve. Creo que lo importante no es la pluma, sino la fuerza de la firma.

 Juan Eusebio Valdez Villalobos


miércoles, 6 de abril de 2016

No te acabes, poder.


La sensación es tan inmensa que siento que puedo comer el mundo de un bocado , sin desgajarlo, sin desmenuzarlo. Es más el placer que me brinda el sólo hecho de poseerlo que el mismo proceso de disfrutarlo, es placer por placer, no se desprende de un hecho particular, es puro y por eso se siente perfecto en mi cuerpo, en mis manos, en mis pensamientos e ideas. Es tan fácil tener el control de lo que deseo y tan difícil contenerme a mí mismo; sin embargo, no importa si la presa se desborda, al final de cuentas se desborda en mí... ¡Qué bien se siente esto!, es magnífico, gigantesco, que no cabe en mí. Ahora entiendo a los dictadores, a los justos, a los injustos, pues una vez que conoces el poder y lo tienes en tus manos, te negarás rotundamente a soltarlo, es una fuerza imparable por medios externos, una llama eterna, combustible infinito, ¡no te acabes, poder, no te acabes! Antes de ti yo era otro, pero después de ti no seré nada. ¿Perdí la humanidad? Yo creo que me volví más humano y más animal, ¡qué extraño es esto!, que amo y a veces la gente fuera de mi círculo me es indiferente, como si fuera un maremoto, sin consciencia, sin culpa, sin remordimiento. ¡No te acabes, poder, no te acabes!, pero no me tragues, no me engullas, no hagas de mí una porción tuya, que parece que tienes vida propia. ¡No me tragues poder, no me tragues!

Psicólogo Alejandro Monreal
Grupo Miranda Psicología Especializada

martes, 5 de abril de 2016

Rascar donde no pica

Rascar donde no pica

Hace algunos años, en un programa de televisión apareció un experto en química y bioquímica. El científico invitó a todos los espectadores a "rascar donde no picaba", mostrando así a su público como ahora sienten ganas de seguir rascando cuando en un principio no existía ni la necesidad de hacerlo. Con este ejemplo, el divulgador científico Pere Estupinyà explicó cómo funciona la curiosidad en relación a la ciencia, pues uno puede empezar a leer algún artículo científico sin necesidad alguna y esto podrá ir generando dudas y ganas de ir conociendo más acerca de las maravillas mundiales, incluso del universo.

La frase del título me fascina, pues si bien es un excelente ejemplo para la curiosidad científica, creo que es transferible a muchos otros aspectos de nuestras vidas, en especial a nosotros mismos. La mayoría de las personas vivimos años teniendo una idea sobre nosotros mismos, asignándonos algunos adjetivos para poder explicar nuestra forma de ser, creando un auto concepto, sin darnos cuenta que no siempre este definición es tan precisa o que nos hace falta conocer un poco más sobre nuestro ser.

"Rascar donde no pica" fue la expresión perfecta que encontré para definir mi proceso terapéutico, pues la primera sesión a la que asistí fue sin saber qué es lo que buscaba y cuál era el motivo específico por el que estaba ahí. Conforme pasaban las sesiones sentía  ganas de conocer más sobre mí, de darme cuenta de cómo es que reaccionaba seguido de la misma forma ante diferentes situaciones, lo que generó que la impresión que tenía sobre la terapia psicológica fuera cambiando.

Recientemente me di cuenta de que no fui la única que pasé por este cambio de idea durante el proceso, pues en una plática con un amigo me confesó que durante muchos años tenía la creencia de que "la psicología era una tontería" y se resistía a asistir a consulta a pesar de que se lo hayan sugerido diferentes personas en diferentes momentos. Intentar salvar la relación con su esposa, fue lo que lo llevó a asistir a terapia sin estar completamente convencido.

Semanas después de haber iniciado el proceso me asegura que es una de las mejores decisiones que ha tomado, no sólo en relación a su vida de pareja, sino que en muchos otros aspectos de su vida. Incluso haciendo una comparación, se da cuenta de que las primeras semanas solía quejarse del gasto implicado para acudir a las sesiones, y cómo ahora, organizándose e incluyendo el costo en el presupuesto mensual, éste ya no lo ve como un despilfarro, sino como una inversión, la cual genera un mayor beneficio tanto a él como a su familia.

Así fue como concluimos que el trabajo personal y el "gasto" económico pueden ser complicados al inicio, sin embargo al generar cambios y así crear resultados, caemos en cuenta que estos esfuerzos valen la pena, y que es más sencillo cuando se empieza a rascar cuando aún no pica.


Fernanda Rivera Floriuk

viernes, 1 de abril de 2016


La guitarra y yo

“La función del arte en la sociedad es edificar, reconstruirnos cuando estamos en peligro de derrumbe”  Sigmund Freud

De niño cuando asistía a cuarto de primaria fue mi primer acercamiento con las artes, fue un curso de guitarra que tomaba por las tardes. Ahí pude aprender el nombre de las notas, aunque no a identificarlas con mi oído, es por eso que hasta el día de hoy  no puedo afinar el instrumento. Para ser honesto esta idea de tocar no fue mía, sino, por dos cosas: una, por recomendación de mi madre, que depositaba en mi sus deseos de que alguien fuera músico en la familia, ella amante de los boleros y dos: porque me obligaban. Mis clases solo duraron poco más de dos meses, después de berrinches y reclamos ante mi mamá por la sensación de usar mi tiempo libre para aprender algo que no me gustaba.

En secundaria  me reencontré con el instrumento de cuerdas, pero en esta ocasión era una materia obligatoria. De hecho me dieron elegir entre: baile moderno, el cual descarte inmediatamente por mis deficientes habilidades en esta área, baile folclórico, descartado por la misma razón  y por el hecho de la vergüenza que me vieran vestido de trajes florales zapateando por una tarima de madera. Solo quedaban artes plásticas y música: donde rondalla era la actividad principal. Otra vez mi madre haciendo uso de su poder de persuasión me obligó, digo me sugirió, asistir a las clases de guitarra.

Tres años, dos veces por semana, una hora después de clases, y  algunos fines de semana, sobre todo cuando se acercaban los festivales de la madre y navidad. Esa era mi relación amarga con el arte, donde no encontré el amor que veía en algunos de mis compañeros, que impacientes esperaban poder estar en frente de la rondalla y  lucirse con sus familiares. Mi aspiración iba arrojada hacia que no me tomaran mucho en cuenta. Colocarme en la parte de atrás y hacer como que tocaba.

Hoy me fascina escuchar música, sentirla. Intento bailar, a pesar de mis torpes pies. Incluso años después con ayuda de algunos tutoriales de you tube, retomé la guitarra, esta vez como reto personal y gracias a esto, encontré algo.  Al fin comprendí  la función del arte, la cual es: que cuando no hay palabras, o  nadie que  funja como espejo. La expresión artística se vuelve el medio que nos acerca a nosotros mismos. La música, la pintura, el baile, la escritura o cualquier arte que se nos ocurra, son un camino para mostrarnos como realmente somos, sin límites, sin fronteras. La creatividad al uso de la sociedad y de nosotros.

 El arte y la psicología pueden ser una mancuerna excelente, para poder acceder al autoconocimiento. El cual nos dará las herramientas en los momentos que sintamos que nos derrumbamos ante una realidad, qua veces luce abrumadora.   
Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos