El día que fui un ave
Todos me miraban, callados, expectantes, decenas de ojos
se clavaban en mis movimientos. Ahí en ese instante, intentaba recitar la
maldita poesía cuyo autor no recuerdo. Solo articule un sonido semejante al gaznar
de un ganso. Recuerdo que todos aplaudieron como quien regala piedad, por algo
que les incomoda, como cuando damos limosna. Traté de recomenzar con la
declamación, ahora no salió ni pio. Tenía unos 10 años y esa fue la vez que en
el festival del día de las madres, me transforme en el hombre-ave, es decir tuve
un ataque de pánico.
Ese suceso me marcó,
al grado que cuando traigo las imágenes del pasado mi estómago se
retuerce. Hoy puedo decir que en los
momentos que me ha tocado pararme de
vuelta en un escenario rodeado de público, ya no hecho ruidos de ningún
plumífero. Para lograr esto tuve que
superar aquella ocasión, y la verdad fue un proceso difícil. Lleno de miedos.
Inmediatamente después de los sucedido, cada que era mi
turno para exponer o pasar al frente de la clase. Mis manos sudaban frio, mi
corazón desesperado quería salir por mi pecho y mi labio inferior se movía
frenéticamente de arriba abajo. Todo esto me hacía sentir como los boxeadores cuando se postran enfrente de
sus rivales, que los superan en peso y alcance.
Igual que ellos a pesar del terror, tenía que arrojarme a tirar puñetazos sino sabía
que el miedo ganaría por knockout. A veces esto sucedía.
En preparatoria me encantaba impartir clase, sentir las
miradas. Ser el centro de atención a beneficio del aprendizaje. Ya no me salían
sonidos de ave, ya no me sudaban las manos, mi corazón aunque agitado, podía cabalgarlo.
¿Miedo? Aun lo tenía, de hecho aún lo
tengo, pero ahora lo puedo identificar y controlar. Además aprendí que gracias
a esta emoción, pude darme cuenta de mis virtudes, de mis defectos. Incluso comprendí que si existe temor, a la par hay
un deseo que te motiva para superar este y ese deseo, es el que te motiva para
crecer.
¿Cuántas veces dejamos de hacer cosas que nos gustan, por
miedo? como: ¿Declararnos a la chica que
nos gusta? ¿Hacer el viaje que queríamos? ¿Cambiar de empleo? ¿Estudiar? ¿Bailar?
¿Conocer gente? ¿Vivir?
Hay que entender que el miedo es natural, necesario. Ayuda a reflexionar, a detenernos y ver el
panorama más amplio. Decía Franz Kafka: “Mi miedo es mi esencia y probablemente
la mejor parte de mi”. El escritor lo entendió así y nos regaló clásicos de la
literatura. Como quien dice sacó
provecho a sus defectos, de su debilidad. Por último los invito a aprender de
nuestros temores, para no dejar que estos sean los únicos que dictaminen
nuestro camino.
Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos