Hace un año y
medio aproximadamente en Francia ocurrió una masacre en un concierto de Rock.
Ese día el Rock muchas veces señalado como promotor de violencia, se vio
atacado por una ideología terrorista. Donde la intolerancia en la idea del otro
se hizo reflejo en las balas que se incrustaron en los asistentes al evento
musical. Las redes sociales (Facebook, Twitter, etc…) explotaron en una voz y
con un filtro con los colores galos en nuestras fotos de perfil de Facebook,
exigíamos poder decir lo que queremos, sin temor a ser oprimidos y asesinados.
Hace dos años
las redes sociales explotaban indignadas por la matanza de los normalistas de
Ayotzinapa. Estudiantes de origen serrano y humilde. Cuyo caso aún está abierto.
El gobierno no ha podido dar carpetazo. El pueblo mexicano incluso sobrepaso su
dolor mostrado en la pantalla del computador y liberó su descontento en las
calles. Marchas y gritos bloquearon el tránsito de distintas ciudades. Hubo quien
dijo que era el inicio de una revolución.
Francia y Ayotzinapa
eran los disparadores para cambiar una realidad violenta y las reacciones
facebookianas eran una señal de salud social. Al fin podíamos soñar con iniciar
un cambio real ¡Mentira ¡Todo fue desapareciendo lentamente! Los fuegos de
indignación que se habían iniciado, poco a poco fueron apagados por la apatía y
la normalización de la violencia. El humano siempre va querer asesinar a otros,
se justifica.
Este mes las
redes volvieron a convulsionar. Esta vez el detonante era un video de un
colegio en Monterrey, que, por respeto a las familias, no pretendo hablar de
él. Pero una vez más los usuarios de internet indignados levantaban su voz a
través de la pantalla. Se volvió escuchar la palabra revolución, pero ahora
arrojada hacia nuestra forma de relacionarnos con nuestros hijos. Pero así,
como el caso de Guerrero, poco a poco desparecieron esas vibras de cambio.
Jorge Ibargüengoitia
escritor nacido en Guanajuato, dijo una vez, que el mexicano nace con un claxon
de coche pegado en la mano. Dice que el mexicano tiene la fantasía de que,
tocando su claxon, el coche que está en frente de él, descompuesto y humeante,
mágicamente desaparezca. ¿Les suena? a mi sí.
No olvidemos
las tragedias, no olvidemos el dolor que nos despiertan ver las imágenes de los
atentados. No dejemos de sufrir al ver los asesinatos de nuestros compatriotas.
Y toquemos ese claxon con el cual nacemos. Pero no para esperar que
desaparezcan las cosas malas. Sino usemos ese ruido para propagar nuestras
ideas, para unirnos, para dialogar, para trabajar. Porque eso sí. El cambio es
cuestión de constancia y trabajo. El cambio no solo se debe limitar a decir que
nos duele. El cambio es saber que vamos hacer con ese dolor.
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