Hoy mate a mi padre.
Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos
¡Que muera el rey! ¡Viva
la Republica! ¡Muerte al rey! ¡Viva el
pueblo!
Hoy maté a mi padre con mis propias manos, Me miró y sonrió
en el momento que mi espada atravesaba su pecho. Cerró sus ojos y jamás los volvió a abrir. Al momento de
parar su respiración, la mía comenzó a agitarse, a ir más rápido. Mis manos aun
temblando debido a la intensidad del momento. Soltaron la espada. Lo supe, al
fin. Mi reino. Mi libertad. Al matar a mi padre. Mo revolución terminó. Mi Independencia
explotó.
Mi madre trató de consolarme, de envolverme en sus brazos.
Pude sentir su calor sin culpa. Pude darle un beso en la frente sin
remordimientos. Arrodillada, se quedó ahí viendo como yo bajaba el balcón y me
entregaba hacia la multitud. La cual eufórica me impedía el paso. Tire
puñetazos y codazos a esa masa anónima. Ya no me importaba cargarlos. Entre
rostros desconocidos ahí estaba ella. Solo quería tocar sus manos. Ver su piel
color blanco. Quería crecer. Quería dejar mi propio legado. Historia que ya
había comenzado incluso antes del asesinato.
Verla con los ojos cristalinos. Hicieron que mis piernas se
convirtieran ramas de árboles movidas por el viento. Al tocarla sentí como la
vida misma bailaba a mí alrededor. Pude ver al fin, mi tierra. Pude apreciar
esa belleza que se encuentra en la fealdad que tanto tiempo contemple. Al fin
mis piernas sucumbieron al viento, caí. Al tratar de incorporarme pude ver mi
reflejo en un charco. Si llovía no lo recuerdo. Solo sé que al verme. Mis lágrimas
brotaron. No había culpa. Había felicidad. Sentí el poder de mi nación. La
energía de mi esencia brotaba por cada poro de mi piel.
En la muerte, encontré el amor. El calor y la fuerza se introdujeron
en mí ser. Tuve miedo de no poder controlar tantas sensaciones, muchas veces recurrí a las drogas para dopar
mi piel. Ante tantos mensajes del interior, el pasado y el futuro se fusionaron
en mi ser dando vida al presente.
Decidir, caminar, dejar ser al otro. Al dejarlo ser, al fin
pude amarlo. Amarlo con mis formas, con mis pasos. Dejar que entre y tome lo
que necesite. Verlo, sentirlo, descifrarlo y adjudicarme lo que necesito. Un
constante vaivén entre el mundo y yo. Donde no dejo de pertenecerme.
Ver a mi padre frente a la mesa, al fin lo pude ver sin su
corona. “Hoy te maté padre”. Le dije. El solo sonrió y dijo: “Ya era hora, que
pesado es ser una sombra”. Al salir del comedor, la vida no me parecía tan
negra como antes. El futuro se veía alentador. El pasado se plasmaba como
aprendizaje. Pude sentir como el sol se quedaba en mi piel.
Mi nombre es Edipo y hoy, soy Rey.