Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos
Te amo Santos. Te odio Santos. Siempre haces lo mismo.
Juegas con mis sentimientos. Me elevas hasta tocar al mismísimo Dios y
chocarlas con él. Solo para bajarme en 10 minutos y convertirme en nada. Vivir
y morir en dos horas. Amar y odiar la vida en solo una jugada. Recuerdo que ese día contra Monterrey, te
pasaste de la raya. Esa noche, al pitar el árbitro el final, te odié.
El futbol en mi familia se ha convertido en rutina, más si el involucrado es el Santos.
Todo empieza el lunes, donde la conversación cada vez que veo a mi padre y mi
hermano, empieza con la pregunta: ¿Cómo vieron al Santos? La respuesta va dependiendo
del resultado. Respuesta tan diferente como los resultados posibles en nuestra
liga local. Viva México .Por ejemplo: Si gana 3-0 al Veracruz, puede que digamos, se
jugó bien, pero recuerden que son los tiburones y fue en el Corona, prudencia
muchachos. En caso contrario sería el resultado en el Azteca contra el América,
digamos un triunfo 1- 0. El común
denominador de las respuestas seria: Se jugó
bien y ya huele a campeonato. Venga
Santos.
Entonces digamos que los resultados en el futbol son un reflejo
de nuestra prudencia. No es lo mismo que el equipo gane a un Veracruz que viene
en último del descenso, a ganarles a unas Águilas en el azteca, después de que
los plumíferos fueron campeones. La respuesta depende del contexto. Pero ¿qué pasa?
¿Cuándo nuestras respuestas no son acorde a la realidad?
¿Qué pasa cuando se juega una final?
Hablemos de una. Era miércoles, era final de la copa de
campeones de CONCACAF, concachafa para algunos. Un título negado para los
guerreros. Esa noche contra el odiado rival, deportivamente hablando, los
Rayados. Juego de vuelta, después de un empate como locales, en el TSM. En mi
casa haciendo tradición, nos encontrábamos, mi carnal y mi padre, alentando.
Sudados, groseros y sin poder sentarnos. Veíamos a través de
la pantalla como el equipo, en ese entonces dirigido por Caixinha, daba un
repaso de tocar la bola a los soberbios regiomontanos. El titulo era nuestro.
El equipo con dos de ventaja y gustando, aquí la prudencia no existía. Oí a mi
papá decir: “Ya somos Campeones”. Mi hermano en cada pase logrado, soltaba un
alarido y después aplaudía. Todo era felicidad. Yo era feliz.
Segundo tiempo, minuto 15. Santos con una ventaja de dos
goles. ¡Alto! Gol de Tano De Nigris “Pinche tronco, no se podía ir sin que le
metiera uno a Osvaldo” Decía yo a la televisión, sin tapujos ni prudencia,
aventando un cojín del sillón, a la pared, donde está la foto familiar.
Típica foto donde todos rodeamos a
nuestra madre, vestidos con el el traje que solo volvemos a usar en alguna
graduación o en la boda de un primo.
En la sala habían desaparecido los hombres
formales de la foto, en cambio había leones ansiosos. “No importa, vamos
ganando”, mi padre calmaba a las bestias, como domador de circo. Cinco minutos
para el final del partido. Sentí como un aire frio cruzaba por mi espalda.
“Puta” gritó mi hermano mientras los de monterrey festejaban el gol que nos
empataba.
Hay una idea entre las mujeres, la cual es que los hombre jamás
sabremos que estar embarazados. Créanme, esa noche en la sala de mí casa, los varones de mi familia presentamos varios síntomas.
Manos sudorosas, bochornos, retortijones.
Queríamos que acabara ya todo, ya queríamos tener en nuestras manos al bebe
transformado en copa, bueno en las manos de los jugadores. Pero nosotros
queríamos verlo. Queríamos festejar.
“Te odio Santos”. Me decía en voz baja, al momento que un
disparo cruzado se incrustaba en nuestras redes. No había cojín en que
descargar mi ira. Salí de la habitación, no dije nada, volví solo para ver como
el Monterrey levantaba a nuestro bebe. Los Rayados al final remontaron.
Campeones.
Adiós Campeonato. Adiós venganza. Hola desilusión. Hola
desesperanza. Esto no era forma de vivir el ombligo de semana. Silencio, todo
inmóvil. Solo tres bultos envueltos con color verde y blanco que se voltean a
ver con miradas tristes de vez en cuando, es lo que se distingue en la
oscuridad. Ya no hay enojo. Solo tristeza absoluta.
Volviendo a la pregunta de arriba, antes de que mis lágrimas
empiecen a salir de nuevo por los recuerdos. Imagínense que tu día fuera como
el partido del Santos esa noche. Imagina que la prudencia no exista. Imagina
que vives de la expectativa del otro, que jamás te reconocerá. Piensa en las
palabras que no son escuchadas. Imagina el terror de convivir con alguien que
sabes que no te valora. Ahora imagina que todo el mundo te dice que eso se
llama “Amor”. Y tú te la crees.
Al final del día mis reacciones
por un juego del Santos son intranscendentes, incluso catárticas. Ahora imagina que todo lo que describí
arriba, fuera tu realidad. Ahora imagina que no reaccionas con prudencia.
Imagina que reaccionas fuera del contexto. Imagina que siempre estás pensando
en lo que sería o en lo que fue. Imagina
que vives en un juego donde remontan al Santos, todos los días.
Ahora, no imagines. Piensa y yo te pregunto: ¿Te gusta lo
que estás viviendo? Si no ¿Qué estás
haciendo para cambiar? Recuerda como aficionado no podemos cambiar las
reacciones y resultados del equipo de futbol. Caso contrario cuando nosotros
somos los que tomamos las riendas de nuestro camino, de nuestro propio juego de
futbol.
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