domingo, 5 de marzo de 2017

La prudencia


Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos

Te amo Santos. Te odio Santos. Siempre haces lo mismo. Juegas con mis sentimientos. Me elevas hasta tocar al mismísimo Dios y chocarlas con él. Solo para bajarme en 10 minutos y convertirme en nada. Vivir y morir en dos horas. Amar y odiar la vida en solo una jugada.  Recuerdo que ese día contra Monterrey, te pasaste de la raya. Esa noche, al pitar el árbitro el final, te odié.

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El futbol en mi familia se ha convertido en  rutina, más si el involucrado es el Santos. Todo empieza el lunes, donde la conversación cada vez que veo a mi padre y mi hermano, empieza con la pregunta: ¿Cómo vieron al Santos? La respuesta va dependiendo del resultado. Respuesta tan diferente como los resultados posibles en nuestra liga local. Viva México .Por ejemplo: Si gana 3-0 al Veracruz, puede que digamos, se jugó bien, pero recuerden que son los tiburones y fue en el Corona, prudencia muchachos. En caso contrario sería el resultado en el Azteca contra el América, digamos un triunfo 1- 0.   El común denominador de las respuestas  seria: Se jugó  bien y ya huele a campeonato. Venga Santos.

Entonces digamos que los resultados en el futbol son un reflejo de nuestra prudencia. No es lo mismo que el equipo gane a un Veracruz que viene en último del descenso, a ganarles a unas Águilas en el azteca, después de que los plumíferos fueron campeones. La respuesta depende del contexto. Pero ¿qué pasa? ¿Cuándo nuestras respuestas no son acorde a la realidad?

¿Qué pasa cuando se juega una final?

Hablemos de una. Era miércoles, era final de la copa de campeones de CONCACAF, concachafa para algunos. Un título negado para los guerreros. Esa noche contra el odiado rival, deportivamente hablando, los Rayados. Juego de vuelta, después de un empate como locales, en el TSM. En mi casa haciendo tradición, nos encontrábamos, mi carnal y mi padre, alentando.

Sudados, groseros y sin poder sentarnos. Veíamos a través de la pantalla como el equipo, en ese entonces dirigido por Caixinha, daba un repaso de tocar la bola a los soberbios regiomontanos. El titulo era nuestro. El equipo con dos de ventaja y gustando, aquí la prudencia no existía. Oí a mi papá decir: “Ya somos Campeones”. Mi hermano en cada pase logrado, soltaba un alarido y después aplaudía. Todo era felicidad. Yo era feliz.

Segundo tiempo, minuto 15. Santos con una ventaja de dos goles. ¡Alto! Gol de Tano De Nigris “Pinche tronco, no se podía ir sin que le metiera uno a Osvaldo” Decía yo a la televisión, sin tapujos ni prudencia, aventando un cojín del sillón, a la pared, donde está la foto familiar. Típica  foto donde todos rodeamos a nuestra madre, vestidos con el el traje que solo volvemos a usar en alguna graduación o en la boda de un primo.

  En la sala habían desaparecido los hombres formales de la foto, en cambio había leones ansiosos. “No importa, vamos ganando”, mi padre calmaba a las bestias, como domador de circo. Cinco minutos para el final del partido. Sentí como un aire frio cruzaba por mi espalda. “Puta” gritó mi hermano mientras los de monterrey festejaban el gol que nos empataba.

Hay una idea entre las mujeres, la cual es que los hombre jamás sabremos que estar embarazados. Créanme, esa noche en la sala de mí casa,  los varones de mi familia presentamos varios síntomas. Manos sudorosas, bochornos,  retortijones. Queríamos que acabara ya todo, ya queríamos tener en nuestras manos al bebe transformado en copa, bueno en las manos de los jugadores. Pero nosotros queríamos verlo. Queríamos festejar.

“Te odio Santos”. Me decía en voz baja, al momento que un disparo cruzado se incrustaba en nuestras redes. No había cojín en que descargar mi ira. Salí de la habitación, no dije nada, volví solo para ver como el Monterrey levantaba a nuestro bebe. Los Rayados al final remontaron. Campeones.

Adiós Campeonato. Adiós venganza. Hola desilusión. Hola desesperanza. Esto no era forma de vivir el ombligo de semana. Silencio, todo inmóvil. Solo tres bultos envueltos con color verde y blanco que se voltean a ver con miradas tristes de vez en cuando, es lo que se distingue en la oscuridad. Ya no hay enojo. Solo tristeza absoluta.

Volviendo a la pregunta de arriba, antes de que mis lágrimas empiecen a salir de nuevo por los recuerdos. Imagínense que tu día fuera como el partido del Santos esa noche. Imagina que la prudencia no exista. Imagina que vives de la expectativa del otro, que jamás te reconocerá. Piensa en las palabras que no son escuchadas. Imagina el terror de convivir con alguien que sabes que no te valora. Ahora imagina que todo el mundo te dice que eso se llama “Amor”. Y tú te la crees.

 Al final del día mis reacciones por un juego del Santos son intranscendentes, incluso catárticas.  Ahora imagina que todo lo que describí arriba, fuera tu realidad. Ahora imagina que no reaccionas con prudencia. Imagina que reaccionas fuera del contexto. Imagina que siempre estás pensando en lo que sería o en lo que fue.  Imagina que vives en un juego donde remontan al Santos, todos los días.

Ahora, no imagines. Piensa y yo te pregunto: ¿Te gusta lo que estás viviendo?  Si no ¿Qué estás haciendo para cambiar? Recuerda como aficionado no podemos cambiar las reacciones y resultados del equipo de futbol. Caso contrario cuando nosotros somos los que tomamos las riendas de nuestro camino, de nuestro propio juego de futbol.




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