miércoles, 22 de marzo de 2017

FAMILIA CONTRA ENFERMEDAD



Por: Sofía Valdez

Hace un tiempo me topé con una historia que me hizo reflexionar sobre la importancia de la atención psicológica para el núcleo familiar y no solo para el paciente como individual, la cual comparto con ustedes:

Se trata de un caso de un paciente oncológico, varón adulto con metástasis múltiples en el sistema digestivo en estadio III, y progresivo deterioro y condición física. Centrada la atención del personal sanitario y paramédico en aportar apoyo y ayuda al paciente, nadie se percató de la angustia que iba desarbolando la vida mental de su esposa. Mujer muy dependiente, deprimida, atemorizada y sin recursos emocionales o instrumentales para enfrentarse al cáncer de su marido, eligió terminar con su vida a través de una ingesta masiva de pastillas. Según dejó testimonio escrito en su diario, se veía incapaz de afrontar la prueba de contemplar día a día la destrucción de la vida y cuerpo de su joven esposo, y de vivir un futuro en doliente soledad. Igualmente decisivo fue el hecho de sufrir cómo, frente al diagnóstico de cáncer y posteriores ingresos hospitalarios de su marido, tanto amigos como familiares como compañeros de trabajo les hicieron el vacío, dejaron de llamarles y les dejaron solos y sin ninguna ayuda frente a la enfermedad, lo cual ocurre frecuentemente también en otros casos. Tras el suicidio de la esposa, antes de dos semanas siguió el del marido, como expiación del peso de la culpa de saberse causa de la desaparición de su mujer, a la que amaba.


Cualquier persona que haya tenido a su cargo familiares que hayan padecido ésta o cualquier otra enfermedad, estará de acuerdo conmigo en que los "cuidadores" son, en muchas ocasiones, los grandes olvidados a pesar de haber sufrido en primera persona angustia, impotencia, dolor, o desesperación, emociones y sentimientos que, también en muchos casos, hay que ocultar bajo una coraza para poder reunir las fuerzas necesarias que nos hagan seguir adelante y no desfallecer.


Las reacciones de miedo, incertidumbre, incredulidad, rabia o tristeza forman parte del proceso emocional y varían su intensidad a lo largo de la enfermedad. Dado que cualquier enfermo, no solo el que padece cáncer, no vive en aislamiento, parecería en principio lógico y obvio que los centros hospitalarios deberían interesarse por la familia que es lo más inmediato al paciente, la que le conoce mejor, la que pasa más tiempo con él, con la que mantiene vínculos emocionales más intensos, y de la que se puede obtener mayores y mejores recursos de apoyo para el enfermo, además, se desperdicia también de forma gratuita una privilegiada fuente de información de primera mano sobre el paciente y su evolución, así como una importante vía de intervención eficaz y de apoyo co-terapéutico. Debería ser contemplada la familia por el profesional de la salud como una imprescindible y activa aliada en la lucha contra la enfermedad, y no como un ente pasivo y potencialmente molesto que hay que mantener en la periferia del problema exclusivamente médico.
De ese punto parte la necesidad de promover la atención psicológica para familiares de pacientes con cualquier tipo de enfermedad. El objetivo de que los familiares de pacientes obtengan atención psicológica son:

- Que el familiar identifique cuales son las emociones y conductas que el diagnostico le provocan, para así, desde su estabilidad emocional ayudar al paciente enfermo

- Aumentar la empatía y mejorar la comunicación familiar- paciente.

- Que el familiar tenga conocimiento sobre la enfermedad a la que se enfrentan ayudará a que este, se convierta en monitor para detectar, síntomas de alerta, conductas anormales, avances o prevenir recaídas.

- Mayor adherencia al tratamiento

El familiar de un paciente, no debe olvidar que antes de ser el hermano, la mamá, o el primo del paciente enfermo, es primero un ser individual al cual también el diagnostico le impacta. Por lo que al obtener atención psicológica podrá reconocer sus emociones y conductas frente al suceso, lo cual hará que el apoyo que brinda a su familiar sea de una mejor calidad.

domingo, 5 de marzo de 2017

La prudencia


Por: Juan Eusebio Valdez Villalobos

Te amo Santos. Te odio Santos. Siempre haces lo mismo. Juegas con mis sentimientos. Me elevas hasta tocar al mismísimo Dios y chocarlas con él. Solo para bajarme en 10 minutos y convertirme en nada. Vivir y morir en dos horas. Amar y odiar la vida en solo una jugada.  Recuerdo que ese día contra Monterrey, te pasaste de la raya. Esa noche, al pitar el árbitro el final, te odié.

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El futbol en mi familia se ha convertido en  rutina, más si el involucrado es el Santos. Todo empieza el lunes, donde la conversación cada vez que veo a mi padre y mi hermano, empieza con la pregunta: ¿Cómo vieron al Santos? La respuesta va dependiendo del resultado. Respuesta tan diferente como los resultados posibles en nuestra liga local. Viva México .Por ejemplo: Si gana 3-0 al Veracruz, puede que digamos, se jugó bien, pero recuerden que son los tiburones y fue en el Corona, prudencia muchachos. En caso contrario sería el resultado en el Azteca contra el América, digamos un triunfo 1- 0.   El común denominador de las respuestas  seria: Se jugó  bien y ya huele a campeonato. Venga Santos.

Entonces digamos que los resultados en el futbol son un reflejo de nuestra prudencia. No es lo mismo que el equipo gane a un Veracruz que viene en último del descenso, a ganarles a unas Águilas en el azteca, después de que los plumíferos fueron campeones. La respuesta depende del contexto. Pero ¿qué pasa? ¿Cuándo nuestras respuestas no son acorde a la realidad?

¿Qué pasa cuando se juega una final?

Hablemos de una. Era miércoles, era final de la copa de campeones de CONCACAF, concachafa para algunos. Un título negado para los guerreros. Esa noche contra el odiado rival, deportivamente hablando, los Rayados. Juego de vuelta, después de un empate como locales, en el TSM. En mi casa haciendo tradición, nos encontrábamos, mi carnal y mi padre, alentando.

Sudados, groseros y sin poder sentarnos. Veíamos a través de la pantalla como el equipo, en ese entonces dirigido por Caixinha, daba un repaso de tocar la bola a los soberbios regiomontanos. El titulo era nuestro. El equipo con dos de ventaja y gustando, aquí la prudencia no existía. Oí a mi papá decir: “Ya somos Campeones”. Mi hermano en cada pase logrado, soltaba un alarido y después aplaudía. Todo era felicidad. Yo era feliz.

Segundo tiempo, minuto 15. Santos con una ventaja de dos goles. ¡Alto! Gol de Tano De Nigris “Pinche tronco, no se podía ir sin que le metiera uno a Osvaldo” Decía yo a la televisión, sin tapujos ni prudencia, aventando un cojín del sillón, a la pared, donde está la foto familiar. Típica  foto donde todos rodeamos a nuestra madre, vestidos con el el traje que solo volvemos a usar en alguna graduación o en la boda de un primo.

  En la sala habían desaparecido los hombres formales de la foto, en cambio había leones ansiosos. “No importa, vamos ganando”, mi padre calmaba a las bestias, como domador de circo. Cinco minutos para el final del partido. Sentí como un aire frio cruzaba por mi espalda. “Puta” gritó mi hermano mientras los de monterrey festejaban el gol que nos empataba.

Hay una idea entre las mujeres, la cual es que los hombre jamás sabremos que estar embarazados. Créanme, esa noche en la sala de mí casa,  los varones de mi familia presentamos varios síntomas. Manos sudorosas, bochornos,  retortijones. Queríamos que acabara ya todo, ya queríamos tener en nuestras manos al bebe transformado en copa, bueno en las manos de los jugadores. Pero nosotros queríamos verlo. Queríamos festejar.

“Te odio Santos”. Me decía en voz baja, al momento que un disparo cruzado se incrustaba en nuestras redes. No había cojín en que descargar mi ira. Salí de la habitación, no dije nada, volví solo para ver como el Monterrey levantaba a nuestro bebe. Los Rayados al final remontaron. Campeones.

Adiós Campeonato. Adiós venganza. Hola desilusión. Hola desesperanza. Esto no era forma de vivir el ombligo de semana. Silencio, todo inmóvil. Solo tres bultos envueltos con color verde y blanco que se voltean a ver con miradas tristes de vez en cuando, es lo que se distingue en la oscuridad. Ya no hay enojo. Solo tristeza absoluta.

Volviendo a la pregunta de arriba, antes de que mis lágrimas empiecen a salir de nuevo por los recuerdos. Imagínense que tu día fuera como el partido del Santos esa noche. Imagina que la prudencia no exista. Imagina que vives de la expectativa del otro, que jamás te reconocerá. Piensa en las palabras que no son escuchadas. Imagina el terror de convivir con alguien que sabes que no te valora. Ahora imagina que todo el mundo te dice que eso se llama “Amor”. Y tú te la crees.

 Al final del día mis reacciones por un juego del Santos son intranscendentes, incluso catárticas.  Ahora imagina que todo lo que describí arriba, fuera tu realidad. Ahora imagina que no reaccionas con prudencia. Imagina que reaccionas fuera del contexto. Imagina que siempre estás pensando en lo que sería o en lo que fue.  Imagina que vives en un juego donde remontan al Santos, todos los días.

Ahora, no imagines. Piensa y yo te pregunto: ¿Te gusta lo que estás viviendo?  Si no ¿Qué estás haciendo para cambiar? Recuerda como aficionado no podemos cambiar las reacciones y resultados del equipo de futbol. Caso contrario cuando nosotros somos los que tomamos las riendas de nuestro camino, de nuestro propio juego de futbol.




sábado, 4 de marzo de 2017

¿Por qué vas al psicólogo?

Recientemente, estaba con una amiga y después de haber platicado durante un tiempo con ella le dije: "ya 'me voy, si no voy a llegar tarde con mi psicólogo". A lo que ella sorprendida me dijo: ¿y tú? ¿por qué vas al psicólogo?. La mejor respuesta que se me ocurrió en ese momento fue: "porque me gusta ir". 

En el camino iba pensando en esa pregunta, que parecía muy simple y sin intención, pero que hizo ruido en 

Primero pensé en el hecho de la sorpresa que le causó que yo asistiera al psicólogo. En ocasiones anteriores han comentado que no parezco el tipo de persona con problemas y posiblemente ella tenga el mismo concepto de mí. Siendo honesta, hasta cierto punto tienen razón. Hoy mi vida no está llena de problemas, estoy en un punto  en donde me siento feliz en el aspecto familiar, personal, laboral, de salud, etc. Esto es gracias a “ ir con el psicólogo”.
No estoy diciendo que es una vida perfecta, pero definitivamente no es una tragedia griega. 

Hace un año apenas me había graduado de la universidad, había decidido tomar un tiempo antes de comenzar a trabajar, para organizarme y saber qué quería hacer y una de las primeras cosas fue ir al psicólogo.

En un  lapso menor de lo esperado yo había iniciado con grandes cambios. Tomé una decisión sobre los pasos que quería dar, mi certeza me permitió mejorar las relaciones con la familia, con mis amistades, incluso  incursioné en el terreno laboral antes de lo planeado. 
Dicha pregunta volvió mi atención a los cambios que realice en mi vida en el último año y cómo el psicólogo me ayudó

Imaginen esta escena:

Yo llorando esperando un abrazo, que me apapachara, que de sus boca saliera un: "Te comprendo" Tal vez habría hecho el momento mas fácil y ameno, donde las risas invadieran el consultorio. La realidad fue que me siguió interrogando , me obligó a ir mas allá de lo que nunca hubiera llegado.

Sin embargo. Entendí su función , era el de guía , me llevó por un camino donde mi perspectiva cambió. Poco a poco las situaciones se han acercado a un panorama donde la armonía se conectó con mis impulsos de vivir. Mi visión alcanzó una profundidad que me permite sentir el mundo.

Me doy cuenta de que no es necesario "tener problemas" para ir con un psicólogo. Puedo concluir que todos de vez en cuando, deberíamos de ir con un psicólogo, no para que te saqué de tus conflictos. Sino que te ayude a encontrar tus propias herramientas para afrontar las crisis que aparezcan. Así, hacer de nuestros retos, experiencias enriquecedoras.

Krizia Rivera Floriuk