Durante mis años de universidad, siempre tuve un trabajo de medio tiempo, que aunque me gustaba; terminaba por consumir gran parte de mi tarde que pude haber utilizado en cuestiones, como tareas, trabajos y prácticas, sin tener que ir corriendo y pensando en mi lista de actividades por hacer durante los cuatro años y medio que duraron mis estudios de licenciatura. Casi siempre, terminaba por dejar de disfrutar algunos momentos y siempre supe que se debía a la cantidad de actividades por cumplir.
El día que me gradué, me hice la promesa de dedicar más tiempo para mí, de olvidar las prisas, de dejar de pensar en esa lista de pendientes interminables; sin embargo, hubo ocasiones, en las que el tiempo libre y sus implicaciones me hacían sentir culpable, y para matar la culpa, retomaba mi antiguo hábito y comenzaba a pasar lista de todos los pendientes, que aunque no debiera concretar en ese momento, tarde o temprano tendría que hacerlos. Fue a partir de lo anterior, que me di cuenta de mi verdadero problema: yo misma no me daba permiso de invertir el tiempo en mí.
Cuando era niña, disfrutaba mucho bailar, así que recientemente decidí regresar a clases, con la intención de volver a hacer lo que me gusta; pero, contrario a mis expectativas, descubrí que, aunque era puntual y constante, no respetaba plenamente el tiempo destinado a la clase, pues mientras practicaba, me veía a mí misma dándole vueltas a asuntos sin relación con la clase de baile (esto aplica en distintas situaciones de mi vida). Pensaba que las actividades personales, mi tiempo libre, todo lo que me gustaba, era de menor importancia que lo que mantenía dando vueltas a mi cabeza.
Al descubrir que no estaba disfrutando realmente lo que hacía o no respetaba el tiempo destinado para ello, comencé a realizar pequeños cambios, como respetar mis horarios, dedicar el tiempo de trabajo exclusivamente al trabajo, el tiempo para mi familia exclusivamente a mi familia, el de mis amigos a ellos, y el mío, aunque fue el que más trabajo me costó, ahora lo dedico a mí.
Este cambio me llevó a disfrutar más las cosas que hago: ir a pasear a mi perro, leer, ver una serie, colorear, el camino a casa, incluso el trabajo. Además de todo lo anterior, siento que ahora también, puedo realizar mis demás actividades con mayor calidad, pues estoy respetando el tiempo exclusivo para cada cosa.
Realizar este cambio fue un proceso difícil, ya que implica otorgar prioridades, organizar horarios y actividades, así como la flexibilidad para entender que no siempre se pueden hacer las cosas como queremos, y ser conscientes de que hay situaciones fuera de nuestro alcance que en ocasiones nos llevarán a modificar la rutina, siempre y cuando se respeten los límites. Implica aceptar que no es malo tener tiempo libre, que hay que aprender a disfrutar el tiempo con uno mismo.
Psicóloga Krizia Rivera Floriuk
Grupo Miranda Psicología Especializada
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