martes, 25 de octubre de 2016

El lado oscuro del camino hacia los sueños


La vida es así, aunque uno haga planes se presenta un imprevisto, algo con lo que no se contaba. Y es justo ese momento en el que es necesario analizar, tomar un momento para reflexionar qué es lo que se busca y qué es lo que se está haciendo.
V Tener un sueño en la vida es encontrar la energía cada día para trabajar y acercarnos más a esa meta, es una ilusión que incluso puede llegar a darle sentido a cada instante de nuestra existencia, y hacer un plan es la manera más organizada para poder alcanzar ese sueño. Pero, ¿qué pasa cuando algo se sale del guión? ¿Cuando se hace todo lo que está en nuestras manos y la vida decide que no todo sale acorde el plan? Ese es el momento en el que se pone a prueba qué tanto se desea ese anhelo, qué sacrificios valen esa meta, o si es que ese sueño ya pasó a segundo plano y se encontraron nuevas y más emocionantes aspiraciones.

Puede ser muy difícil darse cuenta de que el plan trazado puede tener fallas, pero en este momento tenemos dos opciones, la primera es lamentarnos, quejarnos y preguntarnos por qué es más complicado de lo que esperábamos, y es esta postura la que nos puede llevar a conformarnos y decir frases como "esta es la vida que me ha tocado vivir". Y la segunda opción, es preguntarnos qué es lo que en verdad se desea, qué es lo que estoy haciendo para lograrlo y qué es lo que me hace falta cambiar; tratar de entender que ese momento "fuera del guión" es una lección de vida, agradecer por ella y tomar el coraje necesario para seguir adelante con el plan consciente de que más adelante puede haber un falla, que es preferible llamar "reto".

En mi opinión, éste es el lado oscuro del camino, el momento en donde el miedo nos puedo dominar e incluso hacer que dejemos de perseguir nuestros sueños. Pero, ¿a caso no se necesita de la oscuridad para poder disfrutar de la luz?


Fernanda Rivera Floriuk

lunes, 3 de octubre de 2016

Ayer leí que llorabas: carta a un amigo





“Resulté más culo que tú”, me dijiste, e inmediatamente mi garganta se hizo nudo, aunque debo confesar, que el simple hecho de leer que habías escrito la palabra “corazón”, me hizo recordar lo frágil que eres. No sé por qué, pero nunca me engañó tu disfraz de dureza, tu indumentaria de mecánico. El ver tus ojos es evidencia suficiente, pues te conozco de mucho tiempo atrás, crecimos juntos, nos criticamos, intercambiamos juegos, criticaste a mis novias, me criticaste a mí; pero siempre has estado ahí.

No sé si lo has notado, pero tenemos una extraña forma de comunicarnos: intercambiamos unas palabras y nos quedamos en silencio, con una cerveza en la mano, quizás; pero ahí estamos, ambos en silencio.

Había estado pensando en ti últimamente, te traía en la cabeza, qué será de tu vida, cómo estará tu hija… por qué no me ayudaste el fin de semana pasado. Agradecimientos y reproches, los primeros perduran, los segundos se me olvidan al siguiente día; finalmente, cada día decido que siempre serás mi amigo.

Ayer me dijiste que sientes que no le bastas a las personas que te rodean, que siempre das lo mejor de ti y de cierto modo te dicen que nunca es suficiente, no con palabras, pero sí con actos, con gestos, con actitudes. Es horrible, lo sé.

Es horrible tener que lidiar con un cliché, con el estereotipo de lo que debe ser un hombre. Nunca debe faltar nada, nunca debe decir que no, no puede enfermarse, tiene que ser chingón en la cama y saber todo sobre reparaciones y de plano, intentar comprender muchas veces a quien no le da explicaciones: mago, adivino, máquina sexual, cursi, detallista, genio, inteligente, fuerte, puntual guapo, un montón de chingaderas. Recuerdo bien un día en que te hice una pregunta sobre mi carro y me respondiste con ironía: “guapo y adivino, ta´cabrón”.

Estoy consciente de tus habilidades, de tu calidad como persona, de tu nobleza y del amor que sientes por quienes amas; pero a estas alturas, también se vale decir que no puedes solo, que necesitas ayuda, que lo grande que eres lo eres también por el apoyo que tienes y no porque levantes tú solo el peso de tu hogar, es imposible. 

Ayer, que supe que llorabas, me recordaste también lo frágil que soy yo, lo cansado que estoy de ponerme disfraces de lo que no puedo ser ni hacer solo. 

Ya me cansé de lo que digan los pendejos, sí pendejos que dicen que no tomo cerveza de hombre, que no fumo cigarros de hombre y que me quejo cuando me duele la espalda o me tiemblan las piernas, ya no me importa. Soy psicólogo, mi trabajo es intelectual; pero no por eso soy menos hombre. Eres tú, tan hombre, tan persona, estás vivo y también se vale tirar la toalla un rato, pedir ayuda. Con todo mi corazón y sin mamadas, te digo que se vale llorar.

Te quiero, amigo. 

Adrián Alejandro Rodríguez Monreal
Grupo Miranda Psicología Especializada